Palabras diarias de Dios: Las tres etapas de la obra | Fragmento 4

La obra de todo el plan de gestión de Dios es realizada personalmente por Dios mismo. La primera fase —la creación del mundo— fue llevada personalmente a cabo por Él, y de no haber sido así, nadie habría sido capaz de crear a la humanidad; la segunda etapa fue la redención de toda la humanidad, y también la hizo personalmente Dios mismo; la tercera fase es evidente: existe una necesidad todavía mayor de que acabe toda la obra de Dios que habrá de realizar Dios mismo. Dios lleva a cabo personalmente toda la obra de redimir, conquistar, ganar y perfeccionar a la totalidad de la humanidad. Si Él no hiciera esta obra personalmente, Su identidad no podría ser representada por el hombre ni este podría realizar Su obra. Para derrotar a Satanás, con el fin de ganar a la humanidad y para darle al hombre una vida normal en la tierra, Él dirige al hombre y obra en medio de él de manera personal; por el bien de todo Su plan de gestión y de toda Su obra, Él debe hacer esta obra personalmente. Si el hombre sólo cree que Dios vino para que él lo viera con el fin de hacerle feliz, tales creencias no encierran valor alguno; no tienen relevancia. ¡El entendimiento del hombre es demasiado superficial! Sólo llevando a cabo esta obra Él mismo puede Dios realizar esta obra de forma concienzuda y completa. El hombre no puede hacerlo en nombre de Dios. Al no tener la identidad de este ni Su esencia, es incapaz de hacer la obra de Dios, aunque el hombre hiciera esta obra, no tendría efecto alguno. La primera vez que Dios se encarnó fue por la redención, para redimir a toda la humanidad del pecado, para que el hombre pudiera ser purificado y perdonado por sus pecados. Dios también realizó personalmente la obra de conquista en medio del hombre. Si durante esta fase Dios sólo hablara profecía, se podría encontrar a un profeta o a cualquiera que tuviera un don para ocupar Su lugar; si sólo se pronunciaran profecías, entonces el hombre podría sustituir a Dios. Sin embargo, si el hombre tratara de llevar a cabo personalmente la obra de Dios mismo y tratara de obrar la vida del hombre, le sería imposible llevar a cabo esa obra. Es Dios mismo quien la tiene que hacer: Dios debe venir personalmente en la carne para hacer esta obra. En la Era de la Palabra, si sólo se pronunciaban profecías, Isaías o el profeta Elías podrían encontrarse para realizar esta obra, y no habría necesidad alguna de que la hiciera Dios mismo. Al no tratar la obra realizada en esta etapa de mero pronunciamiento de profecías, y al ser de mayor importancia que se use la obra de palabras para conquistar al hombre y derrotar a Satanás, el hombre no puede realizar esta obra y debe hacerla Dios personalmente. En la Era de la Ley, Jehová llevó a cabo parte de Su obra, tras lo cual habló algunas palabras e hizo alguna obra por medio de los profetas. Esto se debe a que el hombre podía sustituir la obra de Jehová y los videntes podían predecir cosas e interpretar algunos sueños en Su nombre. La obra realizada en el principio no fue la de cambiar directamente el carácter del hombre y no tenía nada que ver con el pecado de este, a quien sólo se le pedía que se atuviera a la ley. Por tanto, Jehová no se encarnó ni se reveló al hombre, sino que habló directamente a Moisés y otros, los hizo hablar y obrar en Su nombre y que trabajaran directamente en medio de la humanidad. La primera fase de la obra de Dios fue el liderazgo del hombre. Fue el comienzo de la batalla contra Satanás, pero esta todavía tenía que empezar de un modo oficial. Esta guerra oficial contra Satanás se inició con la primera encarnación de Dios y ha seguido hasta el día de hoy. La primera batalla de esta guerra ocurrió cuando Dios encarnado fue clavado en la cruz. La crucifixión del Dios encarnado derrotó a Satanás y fue la primera etapa exitosa de la guerra. Cuando Dios encarnado comenzó a obrar directamente la vida del hombre, ese fue el inicio oficial de la obra de recuperar al hombre; al tratarse de la obra de cambiar el antiguo carácter del hombre, fue la obra de pelear con Satanás. La fase de la obra realizada por Jehová, en el principio, fue meramente el liderazgo de la vida del hombre en la tierra. Fue el comienzo de la obra de Dios y, aunque todavía tenía que implicar alguna batalla u obra importante, estableció el fundamento para la obra de la batalla por venir. Más adelante, la segunda etapa de la obra durante la Era de la Gracia implicó cambiar el antiguo carácter del hombre, y esto significa que Dios mismo obró la vida del hombre. Era Él quien tenía que hacer estas cosas personalmente: requería que Él personalmente se hiciera carne. Si Él no se hubiera encarnado, nadie más podría haberle sustituido en esta fase de la obra, porque representaba la obra de pelear directamente contra Satanás. Si el hombre hubiera realizado esta obra en nombre de Dios, al ponerse delante de Satanás este no se habría sometido y habría sido imposible derrotarlo. Tenía que ser el Dios encarnado quien viniera a vencerlo, porque la esencia del Dios encarnado sigue siendo Dios, Él sigue siendo la vida del hombre y el Creador; pase lo que pase, Su identidad y Su esencia no cambiarán. De este modo, Él adoptó la carne e hizo la obra para completar la sumisión de Satanás. Durante la etapa de la obra de los últimos días, si el hombre tuviera que hacer esta obra y pronunciar directamente las palabras, sería incapaz de hacerlo y, si se pronunciaran profecías, estas no podrían conquistar al hombre. Al encarnarse, Dios vino a derrotar a Satanás y a provocar su completa sumisión. Cuando Él derrote a Satanás por completo, conquiste totalmente al hombre y lo gane de un modo completo, esta etapa de la obra estará completada y se alcanzará el éxito. En la gestión de Dios, el hombre no puede sustituirlo. En particular, la obra de dirigir la era y lanzar una nueva obra tiene mayor necesidad de que las realice Dios mismo personalmente. Darle revelación al hombre y proporcionarle profecía, es algo que el hombre puede hacer, pero si es una obra que Dios tiene que hacer personalmente, la obra de la batalla entre Dios mismo y Satanás, el ser humano no puede llevar a cabo dicha obra. Durante la primera etapa de la obra, cuando no había batalla con Satanás, Jehová dirigió personalmente al pueblo de Israel usando la profecía pronunciada por los profetas. Después, la segunda etapa de la obra fue la batalla con Satanás, y Dios mismo, personalmente, se encarnó y vino en la carne para llevar a cabo esta obra. Cualquier cosa que implique la batalla contra Satanás también conlleva la encarnación de Dios, lo que significa que esta batalla no puede ser librada por el hombre. Si el hombre tuviera que pelear, sería incapaz de derrotar a Satanás. ¿Cómo podría tener fuerza para luchar contra él, cuando aún sigue bajo su campo de acción? El hombre está en medio: si te inclinas hacia Satanás, entonces le pertenecerás; sin embargo, si satisfaces a Dios, entonces es a Él a quien perteneces. Si el hombre tratara de sustituir a Dios en la obra de esta batalla, ¿sería capaz de hacerlo? Si fuera así, ¿no habría perecido hace ya mucho? ¿No habría entrado en el inframundo hace ya largo tiempo? Por ello, el hombre es incapaz de reemplazar a Dios en Su obra, lo que significa que no tiene la esencia de Dios y si pelearas con Satanás, serías incapaz de derrotarlo. El hombre sólo puede realizar alguna obra; puede ganarse a algunas personas, pero no puede sustituir a Dios en la obra de Dios mismo. ¿Cómo podría el hombre luchar con Satanás? Este te retendría cautivo antes de que empezaras siquiera. Sólo cuando Dios mismo libra una batalla con Satanás, y el hombre sigue y obedece a Dios sobre esta base, puede el hombre ser ganado por Dios y escapar de las ataduras de Satanás. Las cosas que el hombre puede lograr con su propia sabiduría y capacidades son demasiado limitadas; es incapaz de hacer al hombre completo, de dirigirlo y, además, de derrotar a Satanás. La inteligencia y la sabiduría del hombre son incapaces de frustrar las intrigas de Satanás; ¿cómo podría, pues, el hombre luchar con él?

La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Restaurar la vida normal del hombre y llevarlo a un destino maravilloso

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