Educado por sus padres y en la escuela, el protagonista adopta dichos como "la armonía es un tesoro y la paciencia, una virtud" y "callarse los errores de los buenos amigos hace la amistad larga y buena" como lemas de vida. Nunca ofende a nadie, ni de palabra ni de obra, por lo que todo su entorno lo considera un "buen tipo", y así sigue haciendo las cosas cuando comienza a creer en Dios Todopoderoso. Descubre que el hermano con el que trabaja es arrogante y negligente en el deber, pero nunca se atreve a comentarlo, lo que acaba perjudicando la labor de la iglesia. En otra ocasión, aunque sabe que una hermana no defiende los intereses de la iglesia, no dice nada al respecto y una banda de matones termina dándole una paliza. Enfrentado a la realidad y juzgado por las palabras de Dios, se da cuenta de lo falso y despreciable que es comportarse según estas filosofías de vida y logra entender que ser complaciente con la gente significa, en esencia, ser una persona falsa, aborrecida por Dios. Empieza entonces a detestarse y a buscar la verdad para convertirse en una persona honesta y, finalmente, es capaz de vivir con cierta semejanza humana.