El misterio de la encarnación (1)

En la Era de la Gracia, Juan allanó el camino para Jesús. Juan no podía llevar a cabo la obra de Dios mismo y simplemente cumplió con el deber del hombre. Aunque Juan fue el precursor del Señor, no podía representar a Dios; solo fue un hombre usado por el Espíritu Santo. Después de que Jesús fuese bautizado, el Espíritu Santo descendió sobre Él como una paloma. Fue entonces cuando empezó Su obra; es decir, comenzó a desempeñar el ministerio de Cristo. Por esta razón asumió la identidad de Dios: porque vino de Él. No importa cómo fue Su fe antes de esto —quizás hubiese sido débil en ocasiones o fuerte en otras— todo eso pertenecía a la vida humana normal que Él llevó antes de desempeñar Su ministerio. Tras ser bautizado (es decir, ungido), tuvo inmediatamente el poder y la gloria de Dios con Él, y, así, comenzó a desempeñar Su ministerio. Podía obrar señales y maravillas, realizar milagros, y tenía poder y autoridad, pues obraba directamente en el nombre de Dios mismo, llevaba a cabo la obra del Espíritu en Su lugar y expresaba Su voz; así pues, Él era Dios mismo. Esto es indiscutible. Juan era una persona que fue utilizada por el Espíritu Santo. Él no podía representar a Dios ni le era posible hacerlo. Si hubiera deseado hacerlo, el Espíritu Santo no lo habría permitido, porque él no podía llevar a cabo la obra que Dios mismo pretendía realizar. Quizás había mucho en él de la voluntad del hombre o algo anormal; bajo ninguna circunstancia podía representar directamente a Dios. Sus equivocaciones y absurdidad lo representaban solo a él, pero su obra era representativa del Espíritu Santo. Sin embargo, no se puede afirmar que todo él representaba a Dios. ¿Podían su desviación y sus errores representar también a Dios? Equivocarse al representar al hombre es normal, pero si alguien se desvía en la representación de Dios, ¿no sería eso deshonrar a Dios? ¿No sería una blasfemia contra el Espíritu Santo? El Espíritu Santo no permite al hombre ocupar el lugar de Dios a la ligera, aunque otros lo exalten. Si él no es Dios, sería incapaz de mantenerse firme al final. ¡El Espíritu Santo no le permite al hombre representar a Dios como a él le plazca! Por ejemplo, el Espíritu Santo dio testimonio de Juan y también reveló que era Él quien allanaría el camino para Jesús, pero la obra realizada en él por el Espíritu Santo estaba bien dimensionada. Todo lo que se le pidió a Juan fue que allanase el camino para Jesús, que preparara el camino para Él. Es decir, el Espíritu Santo únicamente sostuvo su obra de abrir el camino y solo le permitió llevar a cabo dicha obra; no se le permitió realizar ninguna otra. Juan representaba a Elías y representaba al profeta que allanó el camino. El Espíritu Santo lo sostuvo en esto; durante el tiempo en el que su trabajo consistió en allanar el camino, el Espíritu Santo lo sostuvo. Sin embargo, si hubiera afirmado ser Dios mismo y si hubiera dicho que había venido a finalizar la obra de redención, el Espíritu Santo habría tenido que disciplinarlo. Por muy grande que fuera la obra de Juan, y aunque el Espíritu Santo la sostuviera, su obra tenía límites. Dado que el Espíritu Santo ciertamente sostuvo su obra, el poder que se le dio en ese momento se limitó a allanar el camino. No podía realizar otra obra en absoluto, porque solo fue Juan quien allanó el camino, no Jesús. Por tanto, el testimonio del Espíritu Santo es fundamental, pero la obra que Él le permite hacer al hombre es aún más crucial. ¿No se dio un gran testimonio de Juan en aquella época? ¿No fue grande su obra también? Pero la obra que él realizó no podía superar la de Jesús, porque él no era más que un hombre usado por el Espíritu Santo y no podía representar directamente a Dios; por lo tanto, la obra que llevó a cabo fue limitada. Después de que él terminó la obra de allanar el camino, el Espíritu Santo ya no sostuvo su testimonio, ninguna obra nueva siguió después de él y partió cuando la obra de Dios mismo comenzó.

Algunos están poseídos por espíritus malignos y claman vehementemente: “¡Soy Dios!”. Pero, al final, son revelados porque lo que representan es incorrecto. Representan a Satanás y el Espíritu Santo no les presta atención. Por muy alto que te exaltes o por muy fuerte que clames, sigues siendo un ser creado, que pertenece a Satanás. Yo nunca clamo: “¡Soy Dios! ¡Soy el amado Hijo de Dios!”. Pero la obra que realizo es la obra de Dios. ¿Es necesario que grite? No hay necesidad de exaltarse. Dios lleva a cabo Su obra por Sí mismo y no necesita que el hombre le conceda un estatus o un título honorífico: Su obra representa Su identidad y estatus. Antes de Su bautismo, ¿no era Jesús Dios mismo? ¿No era la carne encarnada de Dios? ¿Será posible que Él se convirtió en el único Hijo de Dios solo después de que se dio testimonio de Él? ¿Acaso no había un hombre llamado Jesús mucho antes de que Él comenzase Su obra? Tú no puedes crear nuevas sendas ni representar al Espíritu. No puedes expresar la obra del Espíritu ni las palabras que Él habla. No puedes realizar la obra de Dios mismo ni la del Espíritu. No tienes la capacidad de expresar la sabiduría, la maravilla y lo insondable de Dios ni todo el carácter por medio del cual Él castiga al hombre. Por tanto, sería inútil intentar afirmar ser Dios; solo tendrías el nombre y nada de la esencia. Dios mismo ha venido, pero nadie lo reconoce; sin embargo, Él sigue en Su obra y lo hace en representación del Espíritu. No importa si lo llamas hombre o Dios, Señor o Cristo o hermana. Pero la obra que Él lleva a cabo es la del Espíritu y representa la obra de Dios mismo. No le importa el nombre que el hombre le dé. ¿Puede ese nombre determinar Su obra? Independientemente de cómo lo llames, en lo que respecta a Dios, Él es la carne encarnada del Espíritu de Dios; representa al Espíritu y el Espíritu lo aprueba. Si eres incapaz de abrir paso a una nueva era o de finalizar la antigua o de marcar el inicio de una nueva era o de llevar a cabo una nueva obra, entonces, ¡no se te puede llamar Dios!

Ni siquiera un hombre usado por el Espíritu Santo puede representar a Dios mismo. Esto no solo quiere decir que tal hombre no puede representar a Dios, sino, también, que la obra que realiza no puede representar directamente a Dios. En otras palabras, la experiencia humana no puede colocarse directamente dentro de la gestión de Dios ni puede representar Su gestión. La obra que Dios mismo lleva a cabo es, en su totalidad, la obra que Él pretende realizar en Su propio plan de gestión y pertenece a la gran gestión. La obra realizada por el hombre consiste en proveer su experiencia personal. Consiste en encontrar una nueva senda de experiencia más allá de la que caminaron los que han ido delante y en guiar a los hermanos y hermanas bajo la guía del Espíritu Santo. Lo que estas personas proporcionan es su experiencia individual o los escritos espirituales de personas espirituales. Aunque el Espíritu Santo las usa, lo que ellas hacen no tiene relación con la gran obra de gestión en el plan de seis mil años. Simplemente son aquellos a quienes el Espíritu Santo ha elevado en diferentes períodos para guiar a las personas en su corriente hasta que hayan cumplido las funciones que pueden realizar o su vida finalice. La obra que realizan consiste, únicamente, en preparar una senda apropiada para Dios mismo o continuar un cierto aspecto de la gestión de Dios mismo en la tierra. Esas personas son incapaces de llevar a cabo por sí mismas la obra más importante de Su gestión, y tampoco pueden abrir nuevas salidas, y, mucho menos, concluir la totalidad de la obra de Dios desde la era anterior. Por tanto, la obra que realizan representa solo a un ser creado que cumple su función y no puede representar a Dios mismo llevando a cabo Su ministerio. Esto se debe a que la obra que llevan a cabo es diferente a la realizada por Dios mismo. El hombre no puede realizar la obra de abrir paso a una nueva era en lugar de Dios. Nadie, aparte de Él mismo, puede hacerlo. Toda la obra que realiza el hombre consiste en cumplir su deber como ser creado, y se realiza cuando es movido o iluminado por el Espíritu Santo. La guía que estas personas proveen consiste completamente en enseñar al hombre la senda de práctica en la vida diaria y cómo debe actuar en armonía con la voluntad de Dios. La obra del hombre no implica la gestión de Dios ni representa la obra del Espíritu. Como ejemplo, la obra de Witness Lee y Watchman Nee consistió en mostrar el camino. Fuera el camino nuevo o viejo, la obra se basó en el principio de permanecer dentro de la Biblia. Se restauraran o se construyeran iglesias locales, su obra tuvo que ver con establecer iglesias. La obra que realizaron continuó la obra que Jesús y Sus apóstoles habían dejado inconclusa o no habían seguido desarrollando en la Era de la Gracia. Lo que hicieron en su obra fue restablecer lo que Jesús había pedido en Su obra de entonces a las generaciones posteriores a Él; por ejemplo, que mantuvieran su cabeza cubierta, recibieran el bautismo, partieran el pan o bebieran vino. Podría decirse que su obra consistió en ceñirse a la Biblia y buscar sendas dentro de ella. No tuvieron ningún tipo de progreso. Por lo tanto, se puede ver en su obra solo el descubrimiento de nuevos caminos dentro de la Biblia, así como prácticas mejores y más realistas. Sin embargo, no puede encontrarse en su obra la actual voluntad de Dios, y, mucho menos, la obra nueva que Dios planea llevar a cabo en los últimos días. Esto se debe a que la senda por la que anduvieron todavía era antigua: no hubo renovación ni ningún avance. Siguieron aferrándose al hecho de la crucifixión de Jesús, observando la práctica de pedirles a las personas que se arrepintieran y confesaran sus pecados, adhiriéndose al dicho de que “el que persevera hasta el final, será salvo”, y que “el hombre es la cabeza de la mujer y la mujer debe obedecer a su esposo”. Y, aún más, a la noción tradicional de que las hermanas no pueden predicar, sino solo obedecer. Si esa clase de liderazgo hubiera continuado, el Espíritu Santo nunca habría sido capaz de llevar a cabo nueva obra, de liberar a las personas de las reglas ni guiarlas al reino de la libertad y la belleza. Por lo tanto, esta etapa de la obra, que cambia la era, requiere que Dios mismo obre y hable; de otro modo, ningún hombre puede hacerlo en Su lugar. Hasta ahora, toda la obra del Espíritu Santo fuera de esta corriente se ha paralizado, y los que eran usados por el Espíritu Santo han perdido el rumbo. Así pues, como la obra de las personas usadas por el Espíritu Santo es diferente de la llevada a cabo por Dios mismo, sus identidades y los sujetos en nombre de quien actúan son igualmente distintos. Esto se debe a que la obra que el Espíritu Santo pretende hacer es diferente, y, por este motivo, a aquellos que igualmente llevan a cabo obra, se les confiere identidades y estatus diferentes. Las personas usadas por el Espíritu Santo también pueden realizar alguna obra nueva y también eliminar alguna otra llevada a cabo en la era anterior, pero lo que hacen no puede expresar el carácter y la voluntad de Dios en la nueva era. Trabajan solo para eliminar la obra de la era anterior y no para llevar a cabo la nueva con el objetivo de representar directamente el carácter de Dios mismo. Así pues, independientemente de cuántas prácticas obsoletas abolan o cuántas nuevas introduzcan, siguen representando al hombre y a los seres creados. Sin embargo, cuando el propio Dios lleva a cabo la obra, no declara abiertamente la abolición de las prácticas de la era antigua ni declara directamente el comienzo de una nueva. Él es directo y claro en Su obra. Es franco a la hora de llevar a cabo la obra que pretende realizar; es decir, expresa directamente la obra que ha producido, la lleva a cabo directamente como pretendió en un principio, expresando Su ser y Su carácter. Tal como el hombre lo ve, Su carácter, y, también, Su obra, son diferentes a los de eras pasadas. No obstante, desde la perspectiva de Dios mismo, esto es simplemente una continuación y un mayor desarrollo de Su obra. Cuando Dios mismo obra, expresa Su palabra y trae directamente la nueva obra. En contraste, cuando el hombre obra, lo hace por medio de la deliberación y el estudio o es una extensión del conocimiento y la sistematización de la práctica que se basa en la obra de otros. Es decir, la esencia de la obra hecha por el hombre es seguir el orden establecido y “caminar por sendas antiguas con zapatos nuevos”. Esto significa que incluso la senda por la que transitan las personas usadas por el Espíritu Santo se construye sobre la que Dios mismo creó. Después de todo, el hombre es hombre, y Dios es Dios.

Juan nació por una promesa, de forma muy parecida a como Isaac nació de Abraham. Él allanó el camino para Jesús e hizo mucha obra, pero no era Dios. Más bien, fue uno de los profetas, porque solo allanó el camino para Jesús. Su obra también fue grande, y no fue sino hasta que él allanase el camino que Jesús empezó oficialmente Su obra. En esencia, simplemente trabajó para Jesús, y la obra que realizó fue en servicio a la obra de Jesús. Después de que él terminase de allanar el camino, Jesús empezó Su obra; una obra más nueva, más específica y detallada. Juan solo llevó a cabo la porción inicial de la obra; Jesús realizó la mayor parte de la nueva obra. Juan también realizó nueva obra, pero no fue él quien dio paso a la nueva era. Juan nació por una promesa, y el ángel le dio su nombre. En ese momento, algunos quisieron llamarlo como su padre, Zacarías, pero su madre habló, diciendo: “Este niño no puede llamarse así. Debe llamarse Juan”. El Espíritu Santo ordenó todo esto. Jesús también recibió Su nombre por órdenes del Espíritu Santo, nació del Espíritu Santo y de la promesa del Espíritu Santo. Jesús era Dios, Cristo y el Hijo del hombre. Pero, aunque la obra de Juan también fue grande, ¿por qué no se le llamó Dios? ¿Cuál era exactamente la diferencia entre la obra realizada por Jesús y la realizada por Juan? ¿Acaso la única razón fue que Juan fue quien allanó el camino para Jesús? ¿O porque Dios lo había predestinado? Aunque Juan también dijo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”, y predicó también el evangelio del reino de los cielos, su obra no se desarrolló más y constituyó, simplemente, un comienzo. En contraste, Jesús dio paso a una nueva era y finalizó la antigua, pero también cumplió la ley del Antiguo Testamento. La obra que llevó a cabo fue mayor que la de Juan; es más, Él vino a redimir a toda la humanidad; Él llevó a cabo esta etapa de la obra. Juan simplemente preparó el camino. Aunque su obra fue grande; sus palabras, muchas, y los discípulos que lo siguieron, numerosos, su obra solo trajo al hombre un nuevo comienzo. Este nunca recibió de él vida, el camino o verdades más profundas, y tampoco obtuvo a través de él un entendimiento de la voluntad de Dios. Juan fue un gran profeta (Elías) que abrió un nuevo terreno para la obra de Jesús y preparó a los escogidos; fue el precursor de la Era de la Gracia. Esos asuntos no pueden discernirse simplemente observando su apariencia humana normal. Esto es todavía más acertado, pues Juan también llevó a cabo una obra bastante considerable, y, además, fue prometido por el Espíritu Santo, y Él sostuvo su obra. Por tanto, la distinción entre sus respectivas identidades solo puede hacerse por medio de la obra que llevan a cabo, porque no hay manera de distinguir entre la esencia de un hombre y su apariencia externa, ni hay manera de que el hombre determine cuál es el testimonio del Espíritu Santo. La obra realizada por Juan y la llevada a cabo por Jesús eran distintas y su naturaleza era diferente. Es a partir de esto que se puede determinar si Juan es, o no, Dios. La obra de Jesús consistió en comenzar, continuar, concluir y dar fruto. Jesús llevó a cabo cada uno de estos pasos, mientras que la obra de Juan no fue más que crear un comienzo. Al principio, Jesús difundió el evangelio y predicó el camino del arrepentimiento; después, prosiguió a bautizar al hombre, curar enfermos y expulsar demonios. Al final, redimió a la humanidad del pecado y completó Su obra para toda la era. También fue de un lugar a otro y predicó a los hombres y difundió el evangelio del reino de los cielos. En este sentido, Él y Juan eran parecidos, con la diferencia de que Jesús dio paso a una nueva era y trajo la Era de la Gracia al hombre. De Su boca salió la palabra de lo que debía practicar el hombre y el camino que este debía seguir en la Era de la Gracia y, al final, concluyó la obra de la redención. Juan nunca podría haber realizado esa obra. Y, así, Jesús fue quien llevó a cabo la obra de Dios mismo, y Él es Dios mismo y quien lo representa directamente. Las nociones del hombre afirman que todos los que nacieron por una promesa, los que nacieron del Espíritu, que fueron sostenidos por el Espíritu Santo y que abrieron nuevas salidas, son Dios. Según este razonamiento, Juan también sería Dios, y Moisés, y Abraham y David, entre otros, todos ellos también serían Dios. ¿No es esto un ridículo chiste?

Antes de llevar a cabo Su ministerio, Jesús también fue solo un hombre normal que actuaba de acuerdo con cualquier cosa que hiciera el Espíritu Santo. Independientemente de que Él fuera consciente de Su propia identidad en ese momento, obedeció todo lo que venía de Dios. El Espíritu Santo nunca reveló Su identidad antes de que comenzara Su ministerio. Fue solo después de que lo iniciase cuando Él abolió esas reglas y leyes, y no fue sino hasta que empezó oficialmente a llevar a cabo Su ministerio que Sus palabras se impregnaron de autoridad y poder. Su obra de dar paso a una nueva era no empezó hasta después de que comenzase Su ministerio. Antes de esto, el Espíritu Santo se mantuvo oculto en Él durante 29 años, tiempo durante el cual Él solo representó a un hombre, y no tenía la identidad de Dios. La obra de Dios comenzó cuando Él obró y llevó a cabo Su ministerio; realizó Su obra de acuerdo con Su plan interno, sin importarle cuánto lo conociera el hombre, y la obra que llevó a cabo fue la representación directa de Dios mismo. En ese tiempo, Jesús preguntó a quienes estaban a Su alrededor: “¿Quién decís que soy Yo?”. Ellos respondieron: “Tú eres el mayor de los profetas y nuestro excelente médico”. Y algunos contestaron: “Tú eres nuestro sumo sacerdote”, etcétera. Se dieron diversos tipos de respuestas; algunos dijeron incluso que Él era Juan, que era Elías. Jesús entonces se volvió hacia Simón Pedro y le preguntó: “¿Quién dices tú que soy Yo?”. Pedro contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. De ahí en adelante, la gente fue consciente de que Él era Dios. Cuando se dio a conocer Su identidad, Pedro fue el primero en ser consciente de esto y salió de su propia boca. Entonces Jesús declaró: “Lo que dijiste no lo reveló nadie de carne y sangre, sino Mi Padre”. Después de Su bautismo, supieran esto o no otras personas, la obra que llevó a cabo fue en nombre de Dios. Él vino a llevar a cabo Su obra, no a revelar Su identidad. Solo después de que Pedro pronunciase esas palabras se conoció abiertamente Su identidad. Fueras tú consciente o no de que Él es Dios mismo, inició Su obra cuando llegó el momento. Prosiguió con Su obra como antes, fueras consciente de ello o no. Aunque tú lo negaras, Él seguiría desempeñando Su obra y la llevaría a cabo cuando fuera el momento de hacerlo. Él vino a llevar a cabo Su obra y a desempeñar Su ministerio, y no para que el hombre conociera Su carne, sino para que recibiera Su obra. Si no has sido capaz de reconocer que la etapa de la obra actual es la obra de Dios mismo, es porque careces de visión. Aun así, no puedes negar esta etapa de la obra; tu incapacidad de reconocerla no demuestra que el Espíritu Santo no esté obrando o que Su obra sea errónea. Algunos incluso comparan la obra del presente con la de Jesús en la Biblia y usan cualquier inconsistencia para negar esta etapa de la obra. ¿No es esto lo que hacen los ciegos? Lo que consta en la Biblia es limitado e incapaz de representar la totalidad de la obra de Dios. Los Cuatro Evangelios tienen, en conjunto, menos de cien capítulos, en los cuales está escrito un número limitado de sucesos, como cuando Jesús maldijo a la higuera, las tres veces que Pedro negó al Señor, la aparición de Jesús a los discípulos después de Su crucifixión y resurrección, la enseñanza sobre el ayuno, la enseñanza sobre la oración, la enseñanza sobre el divorcio, el nacimiento y la genealogía de Jesús, la elección de los discípulos por parte de Jesús, etc. Sin embargo, el hombre los valora como tesoros, comparando, incluso, la obra actual con ellos. Incluso creen que esta es toda la obra que Jesús hizo en Su vida, como si Dios solo fuera capaz de hacer algunas cosas y nada más. ¿No es esto absurdo?

El tiempo que Jesús pasó en la tierra fue de treinta y tres años y medio; es decir, que ese fue el tiempo que vivió en la tierra. Solo tres años y medio de este tiempo los pasó llevando a cabo Su ministerio; el resto del tiempo vivió simplemente una vida humana normal. Al principio, Él asistía a los servicios en la sinagoga y allí escuchaba la exposición que hacían los sacerdotes de las Escrituras y la predicación de otros. Adquirió mucho conocimiento de la Biblia: Él no nació con ese conocimiento, y solo lo obtuvo leyendo y escuchando. La Biblia recoge claramente que Él planteó preguntas a los maestros en la sinagoga cuando tenía doce años: ¿cuáles eran las profecías de los antiguos profetas? ¿Qué hay de las leyes de Moisés? ¿Y del Antiguo Testamento? ¿Y qué hay del hombre que sirve a Dios con túnicas sacerdotales en el templo?… Él hacía muchas preguntas, porque no poseía ni conocimiento ni entendimiento. Aunque fue concebido por el Espíritu Santo, nació como un hombre completamente normal. A pesar de que tenía ciertas características especiales, seguía siendo un hombre normal. Su sabiduría crecía continuamente en proporción a Su estatura y Su edad, y pasó por las fases de vida de un hombre normal. En la imaginación de las personas, Jesús no experimentó niñez ni adolescencia alguna; tan pronto como nació, comenzó a vivir la vida de un hombre de treinta años, y fue crucificado tras completar Su obra. Probablemente no pasó por las fases en la vida de un hombre normal; no comió ni se juntó con otras personas, y estas no lo vislumbraron fácilmente. Probablemente era una aberración que asustaría a quienes lo vieran, porque Él era Dios. Las personas creen que el Dios que viene en la carne no vive, en absoluto, como lo hace una persona normal; creen que está limpio y que no tiene que lavarse los dientes o la cara, porque es una persona santa. ¿No son estas puramente nociones humanas? La Biblia no registra la vida de Jesús como hombre, solo Su obra, pero esto no demuestra que Él no tuviese una humanidad normal o que no hubiera vivido una vida humana normal antes de los treinta años. Oficialmente, Él comenzó Su obra a la edad de 29 años, pero no se puede anular toda Su vida previa a esa edad. La Biblia simplemente omitió esa etapa de sus registros; como se trataba de Su vida como un hombre normal y no era el periodo de Su obra divina, no había necesidad de escribirla, pues antes del bautismo de Jesús, el Espíritu Santo no obró directamente, sino que, simplemente, lo mantuvo en Su vida como un hombre normal hasta el día en que debía llevar a cabo Su ministerio. Aunque Él era Dios encarnado, experimentó el proceso de madurar como lo hace un hombre normal. La Biblia omitió este proceso de maduración. Se omitió porque no podía ser de mucha ayuda para el crecimiento del hombre en la vida. El periodo previo a Su bautismo fue un periodo oculto en el que Él no obró señales ni maravillas. Solo después de Su bautismo Jesús comenzó toda la obra de redención de la humanidad, obra que es abundante y llena de gracia, verdad, amor y misericordia. El inicio de esta obra fue, justamente, también el comienzo de la Era de la Gracia; por esta razón, se escribió y transmitió hasta el presente. Fue para abrir una salida y para que todo diera su fruto, con el fin de que, quienes estaban en la Era de la Gracia, transitaran por la senda de la Era de la Gracia y la senda de la cruz. Aunque eso proviene de registros escritos por el hombre, todos son hechos, excepto que aquí y allá se encuentran algunos pequeños errores. Aun así, no se puede decir que estos registros no sean veraces. Los asuntos registrados están enteramente basados en los hechos, solo que, al escribirlos, las personas cometieron errores. Hay algunos que dirán que si Jesús fue alguien con humanidad normal y corriente; ¿cómo pudo ser que Él fuera capaz de obrar señales y maravillas? Los cuarenta días de tentaciones que Jesús experimentó fueron una señal milagrosa, una que un hombre normal habría sido incapaz de lograr. Sus cuarenta días de tentaciones eran inherentes a la manera de obrar del Espíritu Santo; ¿cómo puede alguien decir, entonces, que no había nada sobrenatural en Él? Su capacidad de obrar señales y maravillas no prueba que no fuera un hombre normal, sino trascendente; es, simplemente, que el Espíritu Santo obró en un hombre normal como Él, e hizo posible, por tanto, que llevara a cabo milagros e hiciera una obra aún mayor. Antes de que Jesús llevara a cabo Su ministerio o, como dice la Biblia, antes de que el Espíritu Santo descendiese sobre Él, Jesús no era sino un hombre normal y no era, de ningún modo, sobrenatural. Cuando el Espíritu Santo descendió sobre Él —es decir, cuando Él comenzó a llevar a cabo Su ministerio— quedó impregnado de lo sobrenatural. De esta manera, el hombre llega a creer que la carne encarnada de Dios no tiene humanidad normal y, aún más, piensa erradamente que Dios encarnado solo tiene divinidad, no humanidad. Ciertamente, cuando Dios viene a la tierra para realizar Su obra, lo único que el hombre ve son sucesos sobrenaturales. Lo que observa con sus ojos y oye con sus oídos es, todo, sobrenatural, porque Su obra y Sus palabras son incomprensibles e inalcanzables para él. Si algo del cielo es traído a la tierra, ¿cómo puede no ser sobrenatural? Cuando los misterios del reino de los cielos son traídos a la tierra, misterios que son incomprensibles e insondables para el hombre, que son demasiado asombrosos y sabios, ¿acaso no son, todos, sobrenaturales? Sin embargo, debes saber que, sin importar cuán sobrenatural sea, todo se lleva a cabo dentro de Su humanidad normal. La carne encarnada de Dios está impregnada de humanidad, de lo contrario Él no sería Dios encarnado. Jesús llevó a cabo muchísimos milagros en Su época. Lo que vieron los israelitas de aquella época estaba lleno de cosas sobrenaturales; vieron ángeles y mensajeros, y oyeron la voz de Jehová. ¿No eran todas estas cosas sobrenaturales? Ciertamente, hay en la actualidad algunos espíritus malignos que engañan al hombre con cosas sobrenaturales; eso no es sino una imitación por su parte: engañar al hombre por medio de la obra que actualmente el Espíritu Santo no lleva a cabo. Mucha gente hace milagros y sana a los enfermos y expulsa a los demonios; todo esto no es más que la obra de los espíritus malignos porque el Espíritu Santo ya no hace esa obra en la actualidad y todos aquellos que han imitado la obra del Espíritu Santo a partir de aquella época son, ciertamente, espíritus malignos. Toda la obra que se llevó a cabo en Israel en ese tiempo fue sobrenatural; sin embargo, el Espíritu Santo no obra así ahora, y cualquier obra actual de ese tipo es la imitación y el disfraz de Satanás y es su perturbación. Sin embargo, no puedes afirmar que todo lo sobrenatural viene de los espíritus malignos. Esto depende de la era de la obra de Dios. Considerad la obra que lleva a cabo actualmente el Dios encarnado: ¿qué aspecto de ella no es sobrenatural? Sus palabras son incomprensibles e inalcanzables para ti, y ningún hombre puede realizar Su obra. El hombre no tiene forma de entender lo que Él entiende ni tampoco puede saber de dónde procede Su conocimiento. Algunos declaran: “Yo también soy normal como Tú, pero ¿cómo es que no sé lo que Tú sabes? Yo soy más viejo y tengo más experiencia, pero ¿cómo es que Tú sabes lo que yo no sé?”. En lo que se refiere al hombre, todo esto es algo que el hombre no tiene forma de lograr. Hay quienes dicen: “Nadie conoce la obra que se llevó a cabo en Israel; ni siquiera los expositores de la Biblia pueden ofrecer una explicación, ¿cómo es que Tú lo sabes?”. ¿No son sobrenaturales todos estos asuntos? Él no tiene experiencia en prodigios, pero los conoce todos; Él habla y expresa la verdad con la mayor facilidad. ¿No es esto sobrenatural? Su obra trasciende lo que es alcanzable para la carne. Es inalcanzable para el pensamiento de cualquier hombre que tenga un cuerpo carnal y es absolutamente inconcebible para el razonamiento de la mente del hombre. Aunque Él nunca ha leído la Biblia, entiende la obra de Dios en Israel. Y, aunque se encuentra en la tierra cuando habla, alude a los misterios del tercer cielo. Cuando el hombre lee estas palabras, se apodera de él este sentimiento: “¿No es este el lenguaje del tercer cielo?”. ¿Acaso no exceden todos estos asuntos lo que un hombre normal es capaz de lograr? En aquel entonces, cuando Jesús experimentó cuarenta días de ayuno, ¿no fue algo sobrenatural? Si dices que cuarenta días de ayuno es, en todos los casos, algo sobrenatural y un acto de los espíritus malignos, ¿no has condenado, pues, a Jesús? Antes de que Él llevara a cabo Su ministerio, era como un hombre normal. Él también fue a la escuela; si no, ¿cómo habría aprendido a leer y a escribir? Cuando Dios se hizo carne, el Espíritu estaba oculto en la carne. Sin embargo, como era un hombre normal, era necesario que pasara por un proceso de crecimiento y maduración, y no podía considerársele un hombre normal hasta que Su capacidad cognitiva hubiese madurado y fuera capaz de discernir las cosas. Solo después de que Su humanidad hubiese madurado podría desempeñar Su ministerio. ¿Cómo podría desempeñar Su ministerio mientras Su humanidad normal fuera aún inmadura y Su razonamiento, defectuoso? ¡Sin duda no se podía esperar que desempeñara Su ministerio a la edad de seis o siete años! ¿Por qué Dios no se manifestó abiertamente cuando se hizo carne por primera vez? Porque la humanidad de Su carne aún era inmadura; los procesos cognitivos de Su carne, así como la humanidad normal de esa carne, aún no estaban completamente en Su posesión. Por esta razón, era absolutamente necesario que Él poseyera la humanidad normal y el sentido común de un hombre normal —al punto en el que estuviese suficientemente capacitado para emprender Su obra en la carne— antes de que pudiera comenzar Su obra. Si no hubiera estado a la altura de la tarea, habría sido necesario que siguiera creciendo y madurando. De haber comenzado Jesús Su obra a la edad de siete u ocho años, ¿no lo habría considerado el hombre un prodigio? ¿No habrían pensado las personas que no era más que un niño? ¿A quién le habría parecido convincente? Un niño de siete u ocho años no más alto que el podio tras el cual hablaba: ¿habría sido apto para predicar? Antes de que Su humanidad normal madurara, Él no estaba preparado para la tarea. En lo que respecta a Su humanidad, que aún era inmadura, una buena parte de la obra era sencillamente inalcanzable. La obra del Espíritu de Dios en la carne también es gobernada por sus propios principios. Solo cuando Él está equipado con una humanidad normal puede emprender la obra y asumir la carga del Padre. Solo entonces puede comenzar Su obra. En Su niñez, Jesús simplemente no podía comprender mucho de lo que había acontecido en la antigüedad, y solo llegó a entender haciendo preguntas a los maestros en la sinagoga. Si hubiera comenzado Su obra tan pronto hubiera aprendido a hablar, ¿cómo habría sido posible que no cometiera ningún error? ¿Cómo podría Dios dar un traspié? Por tanto, no comenzó Su obra hasta que fue capaz de trabajar; no realizó ninguna obra hasta que fue totalmente capaz de emprenderla. A la edad de 29 años, Jesús ya era bastante maduro y Su humanidad era suficiente para emprender la obra que debía hacer. Solo entonces el Espíritu de Dios empezó de manera oficial a obrar en Él. En ese momento, Juan se había preparado durante siete años para allanar el camino para Jesús, y, tras concluir su obra, fue encarcelado. Toda la carga recayó entonces sobre Jesús. Si Él hubiera emprendido esta obra a los 21 o 22 años, en una época en la que Su humanidad seguía siendo deficiente, cuando apenas acababa de entrar en la edad adulta temprana y había muchas cosas que aún no comprendía, habría sido incapaz de tomar el control. En ese momento, Juan ya había llevado a cabo su obra durante algún tiempo antes de que Jesús comenzase Su obra, cuando ya se encontraba en la mediana edad. A esa edad, Su humanidad normal era suficiente para emprender la obra que debía realizar. Ahora, el Dios encarnado también tiene humanidad normal y, aunque no es tan maduro en comparación con los de mayor edad entre vosotros, esta humanidad ya es suficiente para emprender Su obra. Las circunstancias que rodean la obra de hoy no son exactamente las mismas que las que prevalecían en la época de Jesús. ¿Por qué eligió Jesús a los doce apóstoles? Todo fue en apoyo de Su obra y en armonía con ella. Por un lado, era para establecer las bases de Su obra en ese tiempo, y, por otro, era para sentar las bases para Su obra en el futuro. De acuerdo con la obra de entonces, fue la voluntad de Jesús escoger a los doce apóstoles, así como la voluntad de Dios mismo. Él creía que debía escoger a los doce apóstoles y, después, guiarlos para que predicaran en cada lugar. ¡Pero hoy no hay necesidad de esto entre vosotros! Cuando Dios encarnado obra en la carne, hay muchos principios, y hay muchos asuntos que el hombre simplemente no entiende, pero este usa constantemente sus propias nociones para medir a Dios o hacerle exigencias excesivas. Sin embargo, hasta hoy, muchas personas no son conscientes en absoluto de que su conocimiento está compuesto únicamente por sus propias nociones. Cualquiera que sea la era o el lugar en el que Dios se encarne, los principios para Su obra en la carne permanecen inalterados. Él no puede hacerse carne y, además, trascenderla en Su obra; menos aún puede hacerse carne y, además, no obrar dentro de la humanidad normal de la carne. De lo contrario, el sentido de la encarnación de Dios se volvería nada y la Palabra hecha carne carecería completamente de sentido. Además, solo el Padre en el cielo (el Espíritu) sabe de la encarnación de Dios, y nadie más, ni siquiera la propia carne o los mensajeros del cielo. Así pues, la obra de Dios en la carne es aún más normal y mucho más capaz de demostrar que el Verbo, ciertamente, se ha hecho carne, y la carne implica un hombre normal y corriente.

Algunos pueden preguntarse: “¿Por qué Dios mismo debe dar paso a la era? ¿Acaso no puede hacerlo en Su lugar un ser creado?”. Todos sois conscientes de que Dios se hace carne expresamente con el propósito de dar paso a una nueva era, y, por supuesto, cuando Él dé paso a una nueva era, habrá concluido, al mismo tiempo, la era anterior. Dios es el principio y el fin; es Él mismo quien pone en marcha Su obra y, por tanto, debe ser Él mismo quien concluya la era anterior. Esa es la prueba de Su derrota a Satanás y de Su conquista del mundo. Cada vez que Él mismo obra entre los hombres, es el comienzo de una nueva batalla. Sin el comienzo de una nueva obra no habría, naturalmente, la conclusión de la antigua, y el que no concluya la antigua es prueba de que la batalla contra Satanás aún no ha llegado a su fin. Solo si Dios mismo viene y lleva a cabo la nueva obra entre los hombres, el hombre puede liberarse totalmente del campo de acción de Satanás y obtener una nueva vida y un nuevo comienzo. De lo contrario, el ser humano vivirá para siempre en la era antigua y bajo la antigua influencia de Satanás. Con cada era dirigida por Dios se libera una parte del hombre, y, así, el hombre avanza junto con la obra de Dios hacia la nueva era. La victoria de Dios significa una victoria para todos aquellos que le siguen. Si la raza de los seres humanos creados estuviera encargada de concluir la era, entonces, ya sea desde el punto de vista del hombre o de Satanás, esto no sería más que un acto de oposición a Dios o de traición a Él y no de obediencia a Dios, y la obra del hombre se convertiría en una herramienta para Satanás. Solo si el hombre obedece y sigue a Dios en una era a la que Él mismo ha dado paso, Satanás puede quedar totalmente convencido, porque ese es el deber de un ser creado. Por eso digo que solo necesitáis seguir y obedecer, y no se os pide nada más. Esto es lo que quiere decir que cada uno cumpla con su deber y desempeñe su respectiva función. Dios lleva a cabo Su propia obra y no necesita que el hombre la haga en Su lugar ni participa en la obra de los seres creados. El hombre cumple su propio deber y no participa en la obra de Dios. Solo esto es obediencia y la prueba de la derrota de Satanás. Después de que Dios mismo haya terminado de dar paso a la nueva era, ya no baja para obrar en medio del hombre. Solo entonces el hombre entra oficialmente en la nueva era para cumplir su deber y llevar a cabo su misión como un ser creado. Estos son los principios a través de los cuales Dios obra y que nadie puede transgredir. Solo obrar de esta forma es sensato y razonable. Dios mismo es quien debe llevar a cabo Su obra. Él es quien la pone en marcha y también quien la concluye. Él es quien planea la obra y también quien la gestiona, y, aún más, Él es quien la lleva a buen término. Tal y como se dice en la Biblia: “Yo soy el principio y el fin; soy el Sembrador y el Segador”. Todo lo relacionado con la obra de Su gestión, lo hace Dios mismo. Él es el gobernante del plan de gestión de seis mil años; nadie puede llevar a cabo Su obra en Su lugar ni concluirla, porque Él es quien tiene todo en Sus manos. Como Él creó el mundo, ¡guiará al mundo entero para que viva en Su luz y también concluirá la era en su totalidad y llevará, así, a buen término la totalidad de Su plan!

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