A la protagonista la eligen líder de la iglesia y, al ser joven y tener una experiencia limitada en la vida, le preocupa ser incapaz de asumir ese cargo y que, por lo tanto, la menosprecien. En una reunión, su opinión sobre un asunto resulta estar equivocada, lo que la frustra y le hace sentir que tiene muchas carencias en comparación con otros líderes de la iglesia. Por ello, no quiere continuar en ese deber. Cuando hace introspección comiendo y bebiendo de las palabras de Dios, se da cuenta de que quiere eludir el deber porque teme que los demás vean su debilidad y la humillen. Comprende, asimismo, que valora tanto la reputación y el estatus que los antepone a todo lo demás, una actitud propia de un anticristo. Al mismo tiempo, entiende que el deber del hombre es una comisión de Dios y una obligación ineludible, y que debe hacer todo lo posible por cumplirlo. Cuando rectifica su punto de vista y cumple con el deber con una carga, recibe el esclarecimiento y la guía de Dios. Experimenta verdaderamente que toda carga es una bendición de Dios.