Palabras diarias de Dios: Conocer la obra de Dios | Fragmento 166

13 Oct 2020

En la Era de la Gracia, Juan allanó el camino para Jesús. Juan no podía llevar a cabo la obra de Dios mismo y simplemente cumplió con el deber del hombre. Aunque Juan fue el precursor del Señor, no podía representar a Dios; sólo era un hombre usado por el Espíritu Santo. Después de que Jesús fuese bautizado, descendió el Espíritu Santo sobre Él, como paloma. Fue entonces cuando empezó Su obra; es decir, comenzó a desempeñar el ministerio de Cristo. Por esta razón asumió la identidad de Dios: porque vino de Él. No importa cómo fue Su fe antes de esto —quizás haya sido débil en ocasiones o fuerte en otras— todo eso perteneció a la vida humana normal que Él llevó antes de desempeñar Su ministerio. Tras ser bautizado (es decir, ungido), tuvo inmediatamente el poder y la gloria de Dios con Él, y, así, comenzó a desempeñar Su ministerio. Podía obrar señales y maravillas, realizar milagros, y tenía poder y autoridad, pues obraba directamente en el nombre de Dios mismo, llevaba a cabo la obra del Espíritu en Su lugar y expresaba Su voz; así pues, Él era Dios mismo. Esto es indiscutible. Juan era una persona que fue utilizada por el Espíritu Santo. Él no podía representar a Dios ni le era posible hacerlo. Si hubiera deseado hacerlo, el Espíritu Santo no lo habría permitido, porque él no podía llevar a cabo la obra que Dios mismo pretendía realizar. Quizás había mucho en él de la voluntad del hombre o algo desviado; bajo ninguna circunstancia podía representar directamente a Dios. Sus equivocaciones y errores lo representaban sólo a él, pero su obra era representativa del Espíritu Santo. Sin embargo, no se puede afirmar que todo él representaba a Dios. ¿Podían su desviación y sus errores representar también a Dios? Equivocarse al representar al hombre es normal, pero si alguien se desvía en la representación de Dios, ¿no sería eso deshonrar a Dios? ¿No sería una blasfemia contra el Espíritu Santo? El Espíritu Santo no permite al hombre ocupar el lugar de Dios a la ligera, aunque otros lo exalten. Si él no es Dios, sería incapaz de mantenerse firme al final. ¡El Espíritu Santo no le permite al hombre representar a Dios como a él le plazca! Por ejemplo, el Espíritu Santo dio testimonio de Juan y también reveló que era Él quien allanaría el camino para Jesús, pero la obra realizada en él por el Espíritu Santo estaba bien dimensionada. Todo lo que se le pidió a Juan fue que allanase el camino para Jesús, que preparara el camino para Él. Es decir, el Espíritu Santo únicamente sostuvo su obra de abrir el camino y sólo le permitió llevar a cabo dicha obra; no se le permitió realizar ninguna otra. Juan representaba a Elías y representaba al profeta que allanó el camino. El Espíritu Santo lo sostuvo en esto; durante el tiempo en el que su trabajo consistió en allanar el camino, el Espíritu Santo lo sostuvo. Sin embargo, si hubiera afirmado ser Dios mismo y si hubiera dicho que había venido a finalizar la obra de redención, el Espíritu Santo habría tenido que disciplinarlo. Por muy grande que fuera la obra de Juan, y aunque el Espíritu Santo la sostuviera, su obra estaba dentro de sus límites. Dado que el Espíritu Santo ciertamente sostuvo su obra, el poder que se le dio en ese momento se limitó a allanar el camino. No podía realizar otra obra en absoluto, porque sólo fue Juan quien allanó el camino, no Jesús. Por tanto, el testimonio del Espíritu Santo es fundamental, pero la obra que Él le permite hacer al hombre es aún más crucial. ¿No se dio un gran testimonio de Juan en aquella época? ¿No fue grande su obra también? Pero la obra que él realizó no podía superar la de Jesús, porque él no era más que un hombre usado por el Espíritu Santo y no podía representar directamente a Dios; por lo tanto, la obra que llevó a cabo fue limitada. Después de que él terminó la obra de allanar el camino, el Espíritu Santo ya no sostuvo su testimonio, ninguna obra nueva siguió después de él y partió cuando la obra de Dios mismo comenzó.

Algunos están poseídos por espíritus malignos y claman vehementemente “¡Soy Dios!”. Pero, al final, son revelados porque lo que representan es incorrecto. Representan a Satanás y el Espíritu Santo no les presta atención. Por muy alto que te exaltes o por muy fuerte que clames, sigues siendo un ser creado, que pertenece a Satanás. Yo nunca clamo: “¡Soy Dios! ¡Soy el amado Hijo de Dios!”. Pero la obra que realizo es la obra de Dios. ¿Es necesario que grite? No hay necesidad de exaltarse. Dios lleva a cabo Su obra por sí mismo y no necesita que el hombre le conceda un estatus o un título honorífico: Su obra representa Su identidad y estatus. Antes de Su bautismo, ¿no era Jesús Dios mismo? ¿No era la carne encarnada de Dios? ¿Será posible que Él se convirtió en el único Hijo de Dios sólo después de que se dio testimonio de Él? ¿Acaso no había un hombre llamado Jesús mucho antes de que Él comenzase Su obra? Tú no puedes crear nuevas sendas ni representar al Espíritu. No puedes expresar la obra del Espíritu ni las palabras que Él habla. No puedes realizar la obra de Dios mismo ni la del Espíritu. No tienes la capacidad de expresar la sabiduría, la maravilla y lo insondable de Dios ni todo el carácter por medio del cual Él castiga al hombre. Por tanto, sería inútil intentar afirmar ser Dios; sólo tendrías el nombre y nada de la esencia. Dios mismo ha venido, pero nadie lo reconoce; sin embargo, Él sigue en Su obra y lo hace en representación del Espíritu. No importa si lo llamas hombre o Dios, Señor o Cristo o hermana. Pero la obra que Él lleva a cabo es la del Espíritu y representa la obra de Dios mismo. No le importa el nombre que el hombre le dé. ¿Puede ese nombre determinar Su obra? Independientemente de cómo lo llames, en lo que respecta a Dios, Él es la carne encarnada del Espíritu de Dios; representa al Espíritu y el Espíritu lo aprueba. Si eres incapaz de abrir paso a una nueva era o de finalizar la antigua o de marcar el inicio de una nueva era o de llevar a cabo una nueva obra, entonces, ¡no se te puede llamar Dios!

La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El misterio de la encarnación (1)

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