Después del fallecimiento repentino de mi hija

9 Oct 2025

Por Wang Xin, China

Antes de encontrar a Dios, mi cuerpo había quedado con graves secuelas debido a un parto difícil en el que mi hijo no sobrevivió. Más adelante, me dio hipertiroidismo, una enfermedad cardíaca y una hernia de disco lumbar. Estas enfermedades me atormentaron hasta dejarme en los huesos, y ni siquiera tenía fuerzas para caminar. El médico me dijo que tenía el cuerpo demasiado débil y que no sobreviviría, por más que me operaran. Mi marido también sufría de dolor de espalda crónico y no podía hacer trabajos pesados, y solía descargar su frustración conmigo y criticarme por todo. Justo cuando sentía que no había esperanza en la vida, en 2008, mi vecina me predicó el evangelio de Dios de los últimos días. Al ver que el Salvador de los últimos días ha estado expresando verdades para salvar a la humanidad, me emocioné muchísimo. Al leer las palabras de Dios y compartir con los hermanos y hermanas, llegué a entender que el sino de los seres humanos está en manos de Dios y que, después de que Satanás corrompiera a las personas, perdieron la protección de Dios y han vivido sumidas en el sufrimiento. Solo podemos vivir con tranquilidad cuando acudimos a Dios, le adoramos y permitimos que Sus palabras nos guíen en todo. Después de un tiempo, ya no sentía tanto dolor en el corazón y empecé a cumplir mi deber en la iglesia. Inesperadamente, desaparecieron los dos tumores del tamaño de un huevo que tenía en el cuello por el hipertiroidismo y el resto de mis enfermedades también mejoraron de a poco. El dolor de espalda de mi marido desapareció y pudo trabajar y ganar dinero. Nuestra vida familiar mejoraba cada día. En especial, el año en que cumplí 39 años, quedé embarazada de forma inesperada. La gracia y las bendiciones que recibí de Dios fueron tan grandes que me emocioné hasta las lágrimas y no paraba de darle gracias, y estaba decidida a cumplir mi deber de forma de adecuada. A partir de entonces, independientemente del deber que me asignara la iglesia, lo cumplía de forma activa. Lloviera o tronara, siempre dirigía puntualmente las reuniones de los grupos pequeños. Incluso estando embarazada, apenas retrasé mi deber. Después de dar a luz a mi hija, la dejé al cuidado de mi suegra y seguí cumpliendo mi deber en la iglesia.

Sin darme cuenta, llegó el año 2019 y mi hija ya tenía ocho años. Una tarde de febrero, regresé a casa después de cumplir mi deber y vi una nota que mi hija había dejado. Decía que estaba jugando en casa de una compañera de clase, así que fui a buscarla. Justo cuando llegué, vi que mi hija se estaba atragantando con algo que estaba comiendo. Tenía los ojos en blanco y apenas pudo girar la cabeza para mirarme, pero no podía hablar. De repente, su cuerpo se deslizó bajo la mesa. Me invadió el terror al ver esto y me apresuré a ayudarla a levantarse del suelo. Sus labios y su rostro se habían vuelto de un tono morado oscuro y tenía dificultades para respirar. Me temblaban las manos y los pies, y en mi corazón no paraba de clamar a Dios suplicándole que salvara a mi hija. En el hospital, el médico usó un dispositivo para darle una descarga al corazón, pero mi hija no respondió en absoluto y el médico dijo que ya había fallecido. En el instante en que oí que el médico declaraba la muerte de mi hija, sentí como si se me hubiera venido el mundo abajo. Las lágrimas me corrían por el rostro y simplemente no podía creer que mi hija se hubiera ido. Con desesperación, le supliqué al médico que siguiera intentándolo y yo seguía llamándola e intentando reanimarla. Solo quería que despertara, pero ella seguía sin responder. Me temblaba todo el cuerpo y sentía un dolor insoportable en el corazón, como si me lo estuvieran descuartizando a cuchillazos. Quería gritar, pero no podía emitir ni un sonido. Pensé: “La tuve cuando ya estaba bien entrada en la edad adulta, nació prematura y era muy frágil. Fue muy difícil criarla, y era la única esperanza que mi esposo y yo teníamos. ¿Por qué Dios no protegió a mi hija, considerando cuán activamente he cumplido con mi deber? ¿Cómo pude sufrir una desgracia así?”. Cuanto más lo pensaba, más dolor sentía. Oré a Dios en mi corazón y le pedí que no dejara que mi corazón se alejara de Él. Pero, cuando regresé a casa y vi la ropa de mi hija, empecé a llorar a lágrima viva y pensé: “Era una niña muy lista y buena; ¿cómo pudo morir tan joven? Si tan solo hubiera llegado a casa antes y ella no se hubiera ido a casa de su compañera de clase a comer, tal vez esto no habría sucedido. Sin ella, ¿qué sentido tiene vivir? ¡Daría lo mismo que yo también muriera!”. Pasé los siguientes días aturdida. Apenas podía abrir los ojos, no podía comer y ni siquiera era capaz de beber agua. Sentía que estaba a punto de morir. Me estaba ahogando en la agonía. En ese momento, era líder de la iglesia, pero no podía concentrarme en mi deber en absoluto. Me di cuenta de que mi estado era peligroso: me sentía negativa y me resistía a Dios. No podía seguir sintiéndome tan abatida. No paraba de clamar a Dios para suplicarle que mantuviera mi corazón cerca de Él. En ese momento, recordé un himno de las palabras de Dios que solíamos cantar en las reuniones: “Lo que Dios perfecciona es la fe”. “En la obra de los últimos días se nos exige la mayor fe y el amor más grande y podemos tropezar por el más ligero descuido, pues esta etapa de la obra es diferente de todas las anteriores. Lo que Dios está perfeccionando es la fe de las personas, que es tanto invisible como intangible. Lo que Dios hace es convertir las palabras en fe, amor y vida(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La senda… (8)). Canté la canción mientras las lágrimas me corrían por el rostro. La obra de Dios de los últimos días consiste en perfeccionar a las personas a través del juicio, el castigo, las pruebas y los refinamientos. Las personas deben tener una gran fe. La muerte de mi hija no estaba de acuerdo con mis nociones, pero Dios la había permitido y yo debía someterme. No podía malinterpretar a Dios ni quejarme de Él. Debía tenerle fe. Con la guía de las palabras de Dios, mi estado mejoró. Al pensar en mis deberes y en mi papel como líder de la iglesia, fui a cumplir mi deber.

Cuatro días después de la muerte de mi hija, cuando regresaba de cumplir mi deber, oí por casualidad a tres o cuatro personas del pueblo hablando de mí. Decían: “Cree en Dios, pero su hija murió de todas maneras. ¿Por qué Dios no protegió a su hija?”. Al oír cómo se burlaban de mí y me señalaban con el dedo a mis espaldas, en mi corazón se formaron nociones sobre Dios: creía sinceramente en Él e, independientemente del deber que me asignara la iglesia y por muy duro o difícil que fuera el trabajo, siempre lo cumplía de forma activa y nunca retrasaba mi deber. Incluso cuando mis familiares y amigos me juzgaban y difamaban, y mi esposo se interponía en mi camino, nunca retrocedí y siempre persistí en mi deber. Había renunciado a tantas cosas y me había entregado tanto en mis años de fe que sentía que Dios debería haber protegido a mi familia y habernos mantenido a salvo. ¿Cómo podía haber sucedido una cosa así de todas maneras? Tuve una hija cuando ya era de edad avanzada; ¿por qué Dios me la quitó? Si hubiera estado en casa esa tarde, tal vez esto no habría sucedido y mi hija no habría muerto. Al pensar en esto, me arrepentí de haber salido a cumplir mi deber ese día. Cuando tuve este pensamiento, mi estado se volvió muy negativo y mi corazón se llenó de oscuridad y dolor. Oré a Dios: “Dios, mi hija ha muerto y las personas a mi alrededor se burlan de mí y me difaman. Tengo malentendidos y quejas en mi corazón y no sé qué hacer. Dios mío, no entiendo Tus intenciones y no quiero seguir rebelándome así. Te ruego que me guíes para aprender una lección de este asunto”. Después de orar, leí un himno de las palabras de Dios:

Busca amar a Dios sin importar lo mucho que sufras

Deberías saber cuán valiosa es la obra de Dios hoy.

1  En la actualidad la mayoría de las personas no tienen ese conocimiento. Creen que sufrir no tiene valor, que el mundo reniega de ellas, que su vida familiar es problemática, que Dios no las considera agradables y que sus perspectivas son sombrías. Algunas personas sufren hasta tal punto que incluso desean morir. Este no es el verdadero amor hacia Dios; ¡esas personas son cobardes, no perseveran, son débiles e incompetentes! Dios está ansioso de que el hombre lo ame, pero cuanto más ame el hombre a Dios, mayor es su sufrimiento, y cuanto más el hombre lo ame, mayores son sus pruebas. Si tú lo amas, entonces todo tipo de sufrimiento te sobrevendrá, y, si no, entonces tal vez todo marchará sin problemas para ti y a tu alrededor todo estará tranquilo.

2  Cuando amas a Dios, siempre sentirás que mucho de lo que hay a tu alrededor es insuperable, y como tu estatura es muy pequeña, serás refinado; además, serás incapaz de satisfacer a Dios y siempre sentirás que las intenciones de Dios son demasiado elevadas, que están más allá del alcance del hombre. Por todo esto serás refinado: como hay mucha debilidad dentro de ti y mucho que es incapaz de satisfacer las intenciones de Dios, serás refinado internamente. Sin embargo vosotros debéis ver con claridad que la purificación sólo se logra a través del refinamiento. Por lo tanto, durante estos últimos días debéis dar testimonio de Dios. No importa qué tan grande sea vuestro sufrimiento, debéis caminar hasta el final e, incluso hasta vuestro último suspiro, debéis seguir siendo leales a Dios y estar a merced de Su instrumentación; solo esto es amar verdaderamente a Dios y solo esto es el testimonio firme y rotundo.

La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer la hermosura de Dios

También recordé otro pasaje de las palabras de Dios: “Cuando las personas experimentan pruebas, es normal que sean débiles, internamente negativas o que carezcan de claridad sobre las intenciones de Dios o sobre la senda de práctica. Pero en general, debes tener fe en la obra de Dios e, igual que Job, no negarlo. Aunque Job era débil y maldijo el día de su propio nacimiento, no negó que es Jehová quien concede todas las cosas que poseen las personas después de que nacen, y que también es Él quien las quita. Independientemente de las pruebas que tuvo que soportar, él mantuvo esta creencia. En el marco de las experiencias de las personas, da igual cuál sea el tipo de refinamiento al que se sometan a partir de las palabras de Dios, lo que Él quiere, en definitiva, es su fe y su corazón amante de Dios. Lo que Dios perfecciona al obrar de esa manera es la fe, el amor y la determinación de las personas(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). Al meditar en las palabras de Dios, entendí que Él perfecciona la fe y el amor de las personas a través del sufrimiento y los refinamientos. Pensé en Job. Cuando Satanás intentó tentarlo, los diez hijos que tenía murieron y, de la noche a la mañana, le quitaron todas sus posesiones. Aun con semejante sufrimiento, Job no se quejó de Dios y prefirió maldecir el día de su nacimiento antes que negar a Dios. Independientemente de cómo lo tratara Dios, tanto si le daba o le quitaba, nunca pronunció una sola queja, sino que, en su lugar, dio gracias a Dios y dijo que Su nombre debía ser alabado. Job tuvo verdadera fe en Dios y dio testimonio de Él ante Satanás. Sin embargo, cuando mi hija murió y la gente a mi alrededor se burló de mí y me difamó, yo quise morirme y hasta me quejé de Dios. ¿De qué manera tenía yo algún tipo de testimonio? Había creído en Dios durante años, pero solo entendía doctrinas y no tenía ninguna realidad-verdad. Desde que había encontrado a Dios, siempre había vivido cómodamente, sin experimentar grandes contratiempos. Hasta pensaba que meramente cumplir mi deber y hacer sacrificios cada día significaba que creía sinceramente en Dios. Lo que ocurrió con mi hija reveló lo pequeña que era realmente mi estatura y que carecía de verdadera fe y amor por Dios. También pensé en cómo, antes de creer en Dios, Satanás me había estado engañando y haciendo que mi vida fuera peor que la muerte, pero Dios me salvó. Me permitió disfrutar de la provisión de Sus palabras y recibir Su gracia y Sus bendiciones. Todo lo que había recibido venía de Dios, incluida mi hija. Había disfrutado muchísimo del amor de Dios. Ahora que mi hija se había ido, no podía quejarme de Dios ni retrasar mi deber. Tenía que mantenerme firme en mi testimonio de Dios y humillar a Satanás. Al pensar en esto, ya no me importaron los chismes ni las burlas de mis vecinos y seguí yendo a cumplir mi deber.

A veces, después de regresar de cumplir mi deber, cuando me encontraba sola en una habitación vacía, me sentía solitaria y perdida y pensaba: “Sería maravilloso si mi hija siguiera viva. Si tan solo hubiera estado en casa ese día, quizás nada de esto habría sucedido…”. Cuanto más pensaba en ello, más afligida y angustiada me sentía y creía que mi hija había muerto demasiado pronto. Pensé en lo que Dios enseña sobre la vida y la muerte y busqué Sus palabras para leerlas. Dios dice: “Si el nacimiento de uno fue destinado por su vida anterior, entonces su muerte señala el final de ese sino. Si el nacimiento de uno es el comienzo de su misión en esta vida, entonces la muerte señala el final de esa misión. Como el Creador ha establecido una serie fija de circunstancias para el nacimiento de cada persona, está claro que Él también ha organizado una serie fija de circunstancias para su muerte. En otras palabras, nadie nace por azar, ninguna muerte es repentina, y tanto el nacimiento como la muerte están necesariamente conectados con las vidas anterior y presente de uno. Cómo son las circunstancias del nacimiento de uno y cuáles son las circunstancias de su muerte están relacionadas con las predeterminaciones del Creador; este es el destino de una persona, su sino. Como hay muchas explicaciones para el nacimiento de una persona, también debe haber necesariamente diversas circunstancias especiales para la muerte de una persona. De esta forma, surgieron entre la especie humana distintas duraciones de la vida de cada persona y distintas formas y momentos de sus muertes. Algunos son fuertes y sanos, pero mueren jóvenes; otros son débiles y enfermizos, pero viven hasta la vejez y fallecen apaciblemente. Algunos mueren por causas no naturales; otros, por causas naturales. Algunos mueren lejos de casa, otros cierran los ojos por última vez con sus seres queridos a su lado. Algunos mueren en el aire, otros bajo tierra. Algunos se ahogan en el agua, otros perecen en desastres. Algunos mueren por la mañana y otros por la noche… Todo el mundo quiere un nacimiento ilustre, una vida brillante y una muerte gloriosa, pero nadie puede sobrepasar su propio destino, nadie puede escapar de la soberanía del Creador. Este es el sino humano. La gente puede hacer todo tipo de planes para su futuro, pero nadie puede planear cómo nace o la forma y el momento de su partida de este mundo. Aunque todas las personas hacen todo lo que pueden para evitar y resistirse a la llegada de la muerte, aun así, sin que lo sepan, la muerte se les acerca silenciosamente. Nadie sabe cuándo o cómo morirá, mucho menos dónde ocurrirá. Obviamente, el hombre no es el que tiene el poder supremo sobre la vida y la muerte, ni ningún ser vivo del mundo natural, sino el Creador, que posee una autoridad única. La vida y la muerte de la especie humana no son el producto de alguna ley del mundo natural, sino un resultado de la soberanía de la autoridad del Creador(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III). Las palabras de Dios me permitieron entender que el momento en que una persona nace y muere, el sufrimiento que padecerá en la vida, cuántos años vivirá, dónde morirá y de qué manera se irá de este mundo dependen de lo que Dios determina, y nadie puede cambiar estas cosas. Hay niños que mueren poco después de nacer; a otros los cuidan sus padres y abuelos, pero luego tienen una muerte repentina en un accidente de tráfico o tal vez se ahogan, caen desde una gran altura o mueren de enfermedades extrañas. Hay personas que son frágiles y enfermizas desde la infancia, pero logran vivir durante décadas e incluso hasta los setenta u ochenta años. La duración de la vida de una persona no la determina las circunstancias externas ni distintas razones objetivas, sino la soberanía de Dios y las causas y los efectos de vidas anteriores. En nuestro pueblo, había un niño que tenía poco menos de dos años. Su madre estaba ocupada en el trabajo y sus abuelos cuidaban de él en casa. Un día, su abuelo estaba en una motocicleta con el motor todavía apagado y, mientras su abuela lo sostenía en el asiento, el bebé se cayó al suelo y murió allí en ese mismísimo instante. Otra persona que conocía trabajaba en una gran empresa y tenía una familia adinerada, por lo que contrataron a una niñera profesional para cuidar de su hijo. Al niño, que tenía poco más de dos meses, le dio una enfermedad estomacal y no podía comer. Había seis personas en la casa que cuidaban de él y gastaron una fortuna en su tratamiento; sin embargo, el niño murió de todas maneras. Ambas familias se dedicaban a cuidar de sus hijos, pero tuvieron que ver con impotencia cómo fallecían sus niños. Está claro que los seres humanos realmente no pueden controlar la vida y la muerte de una persona. No está garantizado que los niños no vayan a morir solo porque sus padres estén allí para cuidar de ellos. Al pensar en la muerte repentina de mi hija, entendí que no había ocurrido por casualidad y que Dios ya la había predeterminado. Mi hija solo tenía ese tiempo para vivir y creció hasta alcanzar esa edad; como había llegado el momento de su partida, tenía que irse. Pero yo no entendía la soberanía de Dios ni buscaba Su intención. En cambio, buscaba razones externas y objetivas y pensaba que, si no hubiera estado cumpliendo mi deber o si hubiera regresado antes y hubiera estado en casa para cuidarla, ella no habría muerto. Esto era negar la soberanía de Dios y tener opiniones iguales que las de una incrédula. Recordé que mi cuerpo había quedado debilitado por el parto y que el médico dijo que no podría tener hijos; sin embargo, después de encontrar a Dios, quedé embarazada y tuve a mi hija. Mi hija fue un regalo de Dios. Nació prematura y era muy débil, y fue por la gracia de Dios que pudo crecer hasta lo grande que llegó a ser. Mi hija no me pertenecía originalmente; y Dios ya había predeterminado el momento de su partida y yo debía someterme. Además, en la vida, todos enfrentamos muchas dificultades y contratiempos, como desgracias familiares o la muerte prematura de los hijos, y estas cosas son completamente normales. Debía someterme a la soberanía y los arreglos de Dios. Ese era el sentido de razón que debía tener.

Después, hice introspección para ver el tipo de carácter corrupto que estaba revelando al enfrentar esta situación. Leí las palabras de Dios: “Lo que buscas es poder ganar la paz después de creer en Dios, que tus hijos no se enfermen, que tu esposo tenga un buen trabajo, que tu hijo encuentre una buena esposa, que tu hija encuentre un esposo decente, que tus bueyes y tus caballos aren bien la tierra, que tengas un año de buen clima para tus cosechas. Esto es lo que buscas. Tu búsqueda es solo para vivir en la comodidad, para que tu familia no sufra accidentes, para que los vientos te pasen de largo, para que la arena no toque tu cara, para que las cosechas de tu familia no se inunden, para que no te afecte ningún desastre, para vivir en el abrazo de Dios, para vivir en un nido acogedor. Un cobarde como tú, que siempre busca la carne, ¿tienes corazón, tienes espíritu? ¿No eres una bestia? Yo te doy el camino verdadero sin pedirte nada a cambio, pero no lo buscas. ¿Eres uno de los que creen en Dios? Te otorgo la vida humana real, pero no la buscas. ¿Acaso no eres igual a un cerdo o a un perro? Los cerdos no buscan la vida del hombre, no buscan ser limpiados y no entienden lo que es la vida. Cada día, después de hartarse de comer, simplemente se duermen. Te he dado el camino verdadero, pero no lo has obtenido: tienes las manos vacías. ¿Estás dispuesto a seguir en esta vida, la vida de un cerdo? ¿Qué significado tiene que tales personas estén vivas? Tu vida es despreciable y vil, vives en medio de la inmundicia y el libertinaje y no persigues ninguna meta; ¿no es tu vida la más innoble de todas? ¿Tienes el descaro de presentarte ante Dios? Si sigues teniendo esa clase de experiencia, ¿vas a conseguir algo? El camino verdadero se te ha dado, pero que al final puedas o no ganarlo depende de tu propia búsqueda personal(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). “Aparte de los beneficios tan estrechamente asociados con ellos, ¿podría existir alguna otra razón para que las personas, que nunca entienden a Dios, den tanto por Él? En esto descubrimos un problema no identificado previamente: la relación del hombre con Dios es, simplemente, de puro interés personal. Es la relación entre el receptor y el dador de bendiciones. Para decirlo con claridad, es la relación entre un empleado y un empleador. El primero solo trabaja duro para recibir las recompensas otorgadas por el segundo. En una relación basada en los intereses no hay afecto familiar, solo una transacción. No hay un amar y ser amado; solo caridad y misericordia. No hay comprensión; solo engaño, indignación reprimida e impotencia. No hay intimidad; solo un abismo que no se puede cruzar(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Apéndice III: El hombre sólo puede salvarse en medio de la gestión de Dios). Las palabras de Dios revelan que creemos en Él para que nuestra familia pueda tener paz y estar libre de problemas y para proteger a nuestros seres queridos de las enfermedades o los desastres. Incluso cuando cumplimos nuestros deberes, hacemos sacrificios y nos entregamos, lo hacemos para recibir la gracia y las bendiciones de Dios. Yo era así. Después de encontrar a Dios, mis enfermedades se curaron de forma milagrosa y pude tener la hija que tanto deseaba. Mi familia encontró paz y estuvo libre de problemas, y nuestra vida mejoró. Había recibido la gracia y las bendiciones de Dios, y creía que, mientras cumpliera mis deberes de forma adecuada, Dios bendeciría a mi familia con paz y nos mantendría libres de problemas, enfermedades y desastres. Así que me entregué de forma activa e, independientemente de los deberes que me asignara la iglesia, los cumplía de forma activa. Incluso cuando estaba embarazada y no podía moverme con facilidad, seguía yendo a dirigir reuniones de grupo y, por muy difíciles o duras que se pusieran las cosas, nunca retrocedía. Sin embargo, cuando mi hija falleció y los demás se burlaron de mí, me volví negativa, reacia y malinterpreté a Dios y me quejé de Él. Hasta me arrepentí de haber ido a cumplir mis deberes. Mis opiniones sobre la fe eran iguales que las del mundo religioso: creía que, si una persona creía en el Señor, toda su familia sería bendecida, y pensaba que mi hija también recibiría bendiciones indirectamente debido a mi fe. Así que, cuando murió mi hija, ya no quise cumplir más con mis deberes y hasta pensé en traicionar a Dios. ¿No carecía de conciencia y razón? Creía en Dios solo para recibir Sus bendiciones, así que, cuando mi familia estaba en paz y libre de problemas y disfrutaba de la gracia y las bendiciones de Dios, era muy activa en mis deberes. Pero cuando me acaeció la desgracia y mi hija murió, me hundí en la negatividad, sentí resistencia hacia Dios y perdí la motivación para cumplir mis deberes. Me di cuenta de que no los estaba cumpliendo para someterme a Dios y complacerlo, sino para intercambiar mis sacrificios y esfuerzos por Su gracia y Sus bendiciones. ¡Estaba intentando usar y engañar a Dios! ¡Era tan egoísta y despreciable! No era diferente de quienes buscan comer hasta saciarse en las sectas religiosas. Dios me había dado la oportunidad de cumplir mis deberes para permitirme buscar la verdad y entender mi carácter corrupto al cumplirlos, de modo que, al final, pudiera lograr cambiar mi carácter y obtener la salvación de Dios. Pero yo no cumplía mis deberes para obtener la verdad y avanzar en mi vida, sino que solo buscaba que Dios me diera paz física y, cuando algo afectaba mis intereses personales, me quejaba de Dios y lo traicionaba. ¡Mi manera de creer en Dios era muy peligrosa! Al darme cuenta de esto, acudí de inmediato a Dios en arrepentimiento y le supliqué que me guiara para cambiar esa perspectiva equivocada.

Leí las palabras de Dios: “No existe correlación entre el deber del hombre y que él reciba bendiciones o sufra desgracias. El deber es lo que el hombre debe cumplir; es la vocación que le dio el cielo y debe cumplirlo sin buscar recompensa y sin condiciones ni razones. Solo esto se puede llamar cumplir con el propio deber. Recibir bendiciones se refiere a las bendiciones que disfruta una persona cuando es hecha perfecta después de experimentar el juicio. Sufrir desgracias se refiere al escarmiento que recibe una persona cuando su carácter no cambia tras haber pasado por el castigo y el juicio; es decir, cuando no se le hace perfecta. Pero, independientemente de si reciben bendiciones o sufren desgracias, los seres creados deben cumplir su deber, haciendo lo que deben hacer y haciendo lo que son capaces de hacer; esto es lo mínimo que una persona, una persona que busca a Dios, debe hacer. No debes cumplir tu deber solo para recibir bendiciones, y no debes negarte a cumplirlo por temor a sufrir desgracias. Dejadme deciros esto: lo que el hombre debe hacer es llevar a cabo su deber, y si es incapaz de llevar a cabo su deber, esto es su rebeldía(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La diferencia entre el ministerio de Dios encarnado y el deber del hombre). Las palabras de Dios me permitieron entender que Él es el Creador y que nosotros somos seres creados. Todo lo que tenemos nos lo ha dado Dios, y hasta nuestro aliento proviene de Él. Creer en Dios y cumplir nuestros deberes son cosas perfectamente naturales y justificadas, y no tienen nada que ver con recibir bendiciones o sufrir desgracias. Es como cuando los padres crían a sus hijos: cuando los hijos crecen, es perfectamente natural y justificado que honren a sus padres. Pero yo trataba mis sacrificios y esfuerzos como una transacción que hacía con Dios y le exigía bendiciones y Su gracia. ¿Cómo es esto cumplir los deberes de un ser creado? ¡Es algo verdaderamente rebelde! Haciendo memoria de cuando estaba enferma y al borde de la muerte antes de encontrar a Dios, tuve la fortuna de aceptar la obra de Dios de los últimos días, seguirlo y recibir la provisión de Sus palabras. Mis enfermedades sanaron de forma milagrosa y fue Dios el que me permitió vivir y cumplir mis deberes en la iglesia. Tuve la oportunidad de entender la verdad, recibirla y obtener la salvación de Dios, así que debía retribuirle Su amor. Independientemente de que fuera a recibir bendiciones o que mi familia tuviera paz en el futuro, tenía que cumplir bien mis deberes. Más tarde, me eligieron para ser predicadora y empecé a estar ocupada con mis deberes todos los días. Al lidiar con las cosas, me guiaban las palabras de Dios y mi corazón estaba en paz ante Él más a menudo que antes. De vez en cuando pensaba en mi hija cuando estaba viva y mi corazón se entristecía un poco, pero oraba a Dios y leía Sus palabras y ya no me sentía tan afligida y angustiada, así que no afectaba mis deberes.

Más adelante, leí más de las palabras de Dios: “Independientemente de los lazos de sangre que existan entre las personas, en lo que respecta al afecto, debes tener la siguiente comprensión: sin importar si el vínculo entre las personas es de sangre o de afecto, se refiere al cumplimiento de responsabilidades. Aparte de cumplir con sus responsabilidades, nadie tiene ninguna otra obligación. Aunque quieras hacer algo, no tiene sentido, y no puedes cambiar nada. Por tanto, cuando los padres dicen: ‘Si nuestros hijos han muerto, si como padres debemos enterrar a nuestros propios hijos, no voy a seguir viviendo’, estas son palabras irresponsables. Algunos hijos abandonan este mundo antes que sus padres, y solo se puede afirmar que su tiempo asignado de vida es corto y se van el día que deben morir; sus padres deben entender los arreglos de Dios y continuar viviendo bien. Por supuesto, es normal que la gente eche de menos a sus hijos por el afecto, pero no debería estar excesivamente apenada y malgastar el tiempo que le queda echando de menos a los que han fallecido. Es una necedad. Por tanto, al tratar con el asunto de la muerte temprana de los hijos, la gente debería, por una parte, responsabilizarse de su propia vida, y por otra, comprender por completo las relaciones familiares. La verdadera relación que existe entre las personas no se basa en lazos carnales y de sangre, sino en la que se establece entre un ser vivo y otro creado por Dios. Esta clase de relación no entraña lazos carnales y de sangre, se da solo entre dos seres vivos independientes. Si lo piensas desde semejante ángulo, como padre, cuando tus hijos sufren la desgracia de caer enfermos o de que su vida esté en peligro, debes afrontar estos asuntos adecuadamente. No deberías renunciar al tiempo que te queda, a la senda que deberías tomar o a las responsabilidades y obligaciones que has de cumplir a causa de las desgracias o la muerte de tus hijos; deberías afrontar este asunto correctamente. Si cuentas con los pensamientos y puntos de vista adecuados y puedes desentrañarlos, serás capaz de superar rápidamente la desesperación, la pena y la añoranza. Pero ¿y si no puedes desentrañarlos? Entonces te rondarán el resto de tu vida y solo cesarán el día que te mueras. Si puedes desentrañar esta relación de afecto con tus hijos, podrás desprenderte de parte de ella. Esto es algo bueno para ti. Pero si no logras desentrañar dicha relación, serás incapaz de desprenderte y resultará siendo cruel para ti. Ningún padre carece de emociones cuando su hijo muere. Cuando cualquier padre o madre experimenta tener que enterrar a su hijo, o si observa que este se halla en una situación desafortunada, pasa el resto de su vida pensando y preocupándose por él atrapado en el dolor. Nadie puede escapar de ello, supone una cicatriz y una marca indeleble en el alma. A nadie le resulta fácil desprenderse de su apego emocional mientras vive en la carne, así que se sufre por ello. Sin embargo, si puedes desentrañar la esencia de esta relación carnal entre padres e hijos, tus vínculos y afectos carnales serán mucho menos intensos. Por supuesto que sufrirás en mucha menor medida. Si bien este acontecimiento causará un trauma grave a tu corazón, se trata de una vivencia especial que te concederá una experiencia y un entendimiento más profundos de la vida, del afecto familiar y de la humanidad, y enriquecerá tu experiencia vital(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (19)). Las palabras de Dios me permitieron entender que, originalmente, éramos almas aisladas, sin ninguna relación, y que fue Dios el que dispuso que mi hija y yo fuéramos madre e hija en este mundo y nos dio este vínculo de afecto carnal. Mientras mi hija estuvo viva, le proveí de alimento y ropa, y cuidé de ella lo mejor que pude. Cumplí las responsabilidades y obligaciones que debía tener como madre y, después de su muerte, ya no tuvimos ninguna relación. Tenía que desprenderme de mi hija y no entristecerme demasiado por su muerte. Había visto a algunos padres a mi alrededor que, cuando sus hijos murieron, también desearon la muerte. Algunos de ellos estaban tan desconsolados que vivieron sumidos en el dolor durante más de una década y aún no podían superarlo. Otros hasta desarrollaron enfermedades mentales o se deprimieron, porque no podían sobrellevar la muerte de sus hijos. Al recordar cuando mi hija acaba de morir, yo era igual que ellos y, si no hubiera sido por el esclarecimiento y la guía de las palabras de Dios, habría seguido sumida en el dolor de haber perdido a mi hija y habría seguido sintiendo que la vida no tenía esperanza. Incluso podría haberme ido a la tumba con ella. Pero llegué a entender que vine a este mundo con mi misión y que debía cumplir bien los deberes de un ser creado. Una vez que lo entendí, pude encontrar consuelo. ¡Agradezco de corazón a Dios Todopoderoso!

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