Liberada de la ansiedad provocada por mis enfermedades

24 Feb 2024

Por Jin Xin, China

Mi madre tuvo cáncer y falleció antes de casarme; mi padre tenía la tensión alta desde los 57, se le rompió un vaso sanguíneo y se quedó medio paralizado y en cama durante 15 años. Sufrió una muerte dolorosa. La imagen de mi padre sufriendo dejó una sombra oscura en mi corazón. Tenía la tensión alta y angina. A veces, se me adormecía media cabeza y parecía como si me estuvieran pinchando. También tenía toda clase de problemas de salud, y siempre estaba medicada. Me di cuenta de que tenía los mismos síntomas que mi padre, lo que me preocupaba mucho: “Ya me estoy haciendo mayor. ¿Y si me quedaba incapacitada como él? ¿Cómo iba a vivir así? ¿Cómo podría realizar mi deber y buscar la verdad? Si no podía realizar un deber, ¿cómo iba a salvarme?”. Así que, cuando aparecían síntomas, me invadían sentimientos de ansiedad. Una vez, una iglesia necesitaba ayuda urgente. Un líder superior habló conmigo para que fuera yo, pero pensé: “En esa iglesia hay muchos problemas. Si voy, será un engorro y tendré que dedicarme mucho. Ya tengo mala salud, esto solo me cansará más. ¿Empeorará mi estado? ¿Qué haré si enfermo de verdad?”. Entonces, me negué. Unos meses después, esa iglesia seguía realmente necesitada, y el líder superior volvió a hablar conmigo. Me sentí muy culpable. No había considerado la voluntad de Dios, y me sentí después muy atribulada. No podía rechazar de nuevo ese deber, así que accedí a ir.

Pero en cuanto llegué a la iglesia, vi que su trabajo no daba resultados y sentí mucha presión. Había que resolver muchos problemas para mejorar, y sería muy difícil. No paraba de darle vueltas. Se me empezó a adormecer la cabeza, y me sentía incómoda, como si se me metieran insectos en el cerebro. No podía dormir y durante el día no tenía energía. Me sentía toda débil y me faltaban fuerzas. Estaba algo preocupada. ¿Empeoraría mi estado cada vez más? Si se me obstruían los vasos como a mi padre, ¿caería desplomada sin más? Si me quedaba como un vegetal, o paralizada, o incluso perdía la vida, ¿cómo iba a realizar un deber y lograr la salvación? Me invadía la preocupación por mi enfermedad, y aunque me encargaba de la obra evangélica, no me preocupaban los detalles de los problemas. Rara vez supervisaba los detalles del trabajo, temiendo verme incapacitada si me fatigaba. Estaba muy impaciente, y quería pasarle esta ajetreada obra evangélica a un líder recién elegido. Esa iglesia ya no lograba mucho en la obra evangélica, y no abordé el problema en detalle, así que el trabajo no remontó para nada. Me preocupaba que empeorara mi estado, y perder la vida si llegara a estallar. Si moría, no podría realizar mi deber ni salvarme. Pero pensé que, al estar en mitad de un deber, Dios debía protegerme, y lo probable es que no enfermara gravemente. Así pues, me sentí un poco más en paz. No obstante, a veces me atormentaban las preocupaciones. Sobre todo al ver al hermano de más de 70 años cooperando sin problemas de salud, siendo yo más joven y estando siempre enferma, no pude evitar sentirme triste: “El hermano goza de buena salud y cumple con el deber sin problemas. ¿Por qué yo no estoy sana?”. Me sentía muy impotente, y algo negativa respecto a mi deber. La pandemia estalló a finales de diciembre de 2022. Ya tenía un montón de condiciones previas y además me infecté de covid. Tuve fiebre, me sentía muy débil y tosía sangre. No tenía apetito y apenas comí en dos semanas. Me sentía fatal en aquel momento. Pensé: “Estoy acabada, mi salud es una ruina. Si pierdo la vida, ¿cómo voy a seguir realizando un deber? Algunos se contagiaban, tosían unos días y al poco ya estaban bien. Pero yo nunca dejé de realizar mi deber, habiendo tenido fiebre alta varios días y sin poder comer bien. ¿Cómo me he puesto tan enferma?”. Mientras más lo pensaba, más triste y desdichada me sentía. Al tiempo, me bajó la fiebre, pero las dos personas con las que trabajaba se infectaron, y no había nadie para hacer trabajo de iglesia. No me quedó opción y, débil como estaba, acudí a las reuniones. Enferma, fui de un lado a otro durante dos o tres días, y con la pandemia era difícil coordinar muchas tareas. Empecé a desconectar el corazón, me parecía que era un trabajo demasiado duro. Mi salud era cada vez peor y no hacía bien el trabajo, así que pensé que lo mejor sería recuperarme en casa. Tal vez me pondría algo mejor. De vuelta a casa de mi anfitrión, la angina se hizo notar, y sentí que ya no podía más. Pensaba: “Si sigo con el deber de un líder, mi salud no aguantará. Lo mejor será no realizar este deber”. Me sentí muy deprimida, y pasé dos o tres días en cama. Dependía de mí mejorar, debía cuidar mejor mi salud, eso era lo realista. Le escribí una carta al líder para explicarle lo que pensaba, y volví a casa en cuanto la mandé. Camino a casa, no podía evitar pensar para mis adentros: “He sido creyente todo este tiempo, pero mi salud es la que es y no puedo realizar bien mi deber. Supongo que he estado totalmente expuesta hasta ahora; ¿puedo salvarme aún?”. Cuando regresé a casa, me tiré en la cama sintiéndome vacía, y no pude dormir. Me invadía la culpa. Pensé también en todos los detalles de la obra evangélica de los que era responsable y había que arreglar. Quedarme en casa sin duda demoraría el trabajo de la iglesia. Eso no se ajustaba a la voluntad de Dios. ¿Acaso no tiraba la toalla y traicionaba a Dios? Así que le oré: “¡Dios! ¿Por qué me siento tan débil y poco dispuesta a realizar mi deber ante esta situación? Sé que esto no se ajusta a Tu voluntad, pero no puedo seguir. No me queda nada de fuerza. Oh, Dios, estoy tan perdida y siento tanto dolor. Te ruego que me esclarezcas y guíes, que me des fe y fuerza”.

Durante mi búsqueda, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Tanto si estás enfermo como si sufres, mientras te quede aliento, mientras vivas, mientras puedas hablar y caminar, tienes energía para cumplir con tu deber, y debes comportarte bien en el cumplimiento de este, con los pies bien plantados en el suelo. No debes abandonar el deber de un ser creado ni la responsabilidad que te ha dado el Creador. Mientras no estés muerto, debes cumplir con tu deber y cumplirlo bien(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (3)). También escuché un himno de las palabras de Dios, “El hombre es muy difícil de salvar”: “Nadie pretende estar toda su vida siguiendo la senda que lleva a Dios, perseguir la verdad para obtener vida, alcanzar el conocimiento de Dios y, en definitiva, vivir una vida con sentido como Pedro. Así que las personas se descarrían en su camino, codician los placeres de la carne. Cuando se enfrentan al dolor, es probable que se vuelvan negativas y débiles, y que no tengan un lugar para Dios en el corazón. El Espíritu Santo no obrará en ellas, y algunas incluso querrán dar marcha atrás. ¡Todo el esfuerzo que han invertido durante sus años de fe ha caído en saco roto, y esto es algo muy peligroso! ¡Qué lástima que todo su sufrimiento, los innumerables sermones que escuchó y los años que pasó siguiendo a Dios hayan sido en vano! Es fácil para la gente dejarse llevar, y es, de hecho, difícil caminar por la senda correcta y elegir la senda de Pedro. La mayoría de la gente tiene un pensamiento poco claro. No pueden ver con claridad qué senda es la correcta y cuál es la que se aleja de ella. Por muchos sermones que escuchen y por muchas palabras de Dios que lean, aunque sepan que Él es Dios, siguen sin creer plenamente en Él. Saben que este es el camino verdadero, pero no pueden emprenderlo. ¡Qué difícil es salvar a las personas!(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Elegir la senda correcta es lo más importante para creer en Dios). Este himno me hizo llorar. Las palabras de Dios me conmovieron mucho y me indicaron la senda de práctica. Aunque estaba enferma, mientras me quedara aliento y pudiera hablar y caminar, no podía renunciar a mi deber como ser creado. En cuanto a mi enfermedad, no es que me impidiera moverme. Estaba un poco débil y tenía que sufrir un poco para realizar mi deber. Sin embargo, dejé mi deber de lado y me fui a casa. Hace años que soy creyente, y he escuchado muchas palabras de Dios. ¿De verdad quería renunciar a mi deber? ¡Eso era inconcebible! Me di cuenta de que no podía seguir siendo tan negativa. ¿Acaso no sería una vergüenza a ojos de Dios que renunciara así a mi deber? Mientras tuviera aliento, daba igual cuándo fuera a mejorar, por difícil que fuera mi deber, debía hacer todo lo posible para cooperar. Las palabras de Dios me motivaron para mi deber y de repente me sentí mucho más libre. Mi estado dio un vuelco, y volví a retomar mi deber.

Leí otro pasaje de las palabras de Dios después de eso: “Luego están aquellos que no gozan de buena salud, tienen una constitución débil y les falta energía, que sufren a menudo de dolencias más o menos importantes, que ni siquiera pueden hacer las cosas básicas necesarias en la vida diaria, que no pueden vivir ni desenvolverse como la gente normal. Tales personas se sienten a menudo incómodas e indispuestas mientras cumplen con su deber; algunas son físicamente débiles, otras tienen dolencias reales, y por supuesto están las que tienen enfermedades conocidas y potenciales de un tipo o de otro. Al tener dificultades físicas tan prácticas, estas personas suelen sumirse en emociones negativas y sentir angustia, ansiedad y preocupación. ¿Por qué se sienten angustiados, ansiosos y preocupados? ¿Les preocupa que, si siguen cumpliendo con su deber de esta manera, gastándose y corriendo así de un lado a otro por Dios, y sintiéndose siempre tan cansados, su salud se deteriore cada vez más? Cuando lleguen a los 40 o 50 años, ¿se quedarán postrados en la cama? ¿Se sostienen estas preocupaciones? ¿Aportará alguien una forma concreta de hacer frente a esto? ¿Quién asumirá la responsabilidad? ¿Quién responderá? Las personas con mala salud y físicamente débiles se sienten angustiadas, ansiosas y preocupadas por estas cosas. Aquellos que padecen una enfermedad suelen pensar: ‘Estoy decidido a cumplir bien con mi deber, pero tengo esta enfermedad. Pido a Dios que me proteja de todo mal, y con Su protección no tengo nada que temer. Pero si me fatigo en el cumplimiento de mis deberes, ¿se agravará mi enfermedad? ¿Qué haré si tal cosa sucede? Si tengo que ingresar en un hospital para operarme, no tengo dinero para pagarlo, así que si no pido prestado el dinero para pagar el tratamiento, ¿empeorará aún más mi enfermedad? Y si empeora mucho, ¿moriré? ¿Podría considerarse una muerte normal? Si efectivamente muero, ¿recordará Dios los deberes que he cumplido? ¿Se considerará que he hecho buenas acciones? ¿Alcanzaré la salvación?’. También hay algunos que saben que están enfermos, es decir, saben que tienen alguna que otra enfermedad real, por ejemplo, dolencias estomacales, dolores lumbares y de piernas, artritis, reumatismo, así como enfermedades de la piel, ginecológicas, hepáticas, hipertensión, cardiopatías, etcétera. Piensan: ‘Si sigo cumpliendo con mi deber, ¿pagará la casa de Dios el tratamiento de mi enfermedad? Si esta empeora y afecta al cumplimiento de mi deber, ¿me curará Dios? Otras personas se han curado después de creer en Dios, ¿me curaré yo también? ¿Me curará Dios de la misma manera que se muestra bondadoso con los demás? Si cumplo con lealtad mi deber, Dios debería curarme, pero si mi único deseo es que Él me cure y no lo hace, entonces ¿qué voy a hacer?’. Cada vez que piensan en estas cosas, les asalta un profundo sentimiento de ansiedad en sus corazones. Aunque nunca dejan de cumplir con su deber y siempre hacen lo que se supone que deben hacer, piensan constantemente en su enfermedad, en su salud, en su futuro y en su vida y su muerte. Al final, llegan a la conclusión de pensar de manera ilusoria: ‘Dios me curará, me mantendrá a salvo. No me abandonará, y no se quedará de brazos cruzados si me ve enfermar’. No hay base alguna para tales pensamientos, e incluso puede decirse que son una especie de noción. Las personas nunca podrán resolver sus dificultades prácticas con nociones e imaginaciones como esas, y en lo más profundo de su corazón se sienten vagamente angustiadas, ansiosas y preocupadas por su salud y sus enfermedades; no tienen ni idea de quién se hará responsable de estas cosas, o siquiera de si alguien lo hará en absoluto(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (3)). Si no lo hubiera dicho Dios, seguiría sin saber que preocuparme sin parar de mi enfermedad era una emoción negativa, y pensaría que estaba justificado. Ahora al fin me daba cuenta de que estaba profundamente anclada a esta emoción negativa. Al padecer de presión alta y angina, me aparecían síntomas con bastante frecuencia. Cuando más sufría en el deber y aumentaba mi fatiga, me preocupaba que mi estado empeorara cada vez más. Si perdía la vida, ¿cómo desempeñaría mi deber? Por tanto, temía perder la oportunidad de salvarme. Cuando mi salud no era tan mala, podía seguir cumpliendo con mi deber. Me parecía que pagaba un precio y que Dios me protegería, pero en cuanto surgieron los síntomas, me invadieron todas estas emociones de angustia. Siempre me preocupaba el futuro, y no era libre en el desempeño del deber. Mientras más pensaba en la carne, más temía a la muerte y a la dificultad y el dolor que conllevaba mi mala salud. Al recordar a mi padre en la cama, sufriendo un dolor terrible cada día, mirando impotente la pared blanca, sin esperanza alguna, me aterraba acabar como él. Por eso siempre pensaba en mi carne cuando cumplía con mi deber. Me encogía, temerosa de darlo todo. No quería trabajar duro para conocer los detalles de la obra evangélica, así que la obra nunca progresó bien. Y cuando me entró covid y mi estado empeoró, aumentó mi preocupación. No quería realizar más mi deber, y sin más, me rendí y corrí a casa. Noté lo mucho que la emoción negativa me había afectado. Al vivir con tal ansiedad, me rebelaba cada vez más contra Dios, y la vida era cada vez más deprimente y dolorosa. En realidad sabía que nacer, envejecer, la enfermedad y la muerte están en manos de Dios, fuera de mi control, y que no tenía forma de evitar la enfermedad. Debía afrontarla bien y someterme a los arreglos de Dios. Por mucho que me preocupe, no puedo cambiar nada. Pero como siempre pensaba en mis perspectivas y en una salida, no podía evitar vivir en tal estado de ansiedad. Me provocaba una tensión y un dolor innecesarios. ¡Era tan necia! Al darme cuenta, no quise vivir más en ese estado negativo.

Tras eso, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Cuando la enfermedad llega, ¿qué senda han de seguir las personas? ¿Cómo deben elegir? No deben sumirse en la angustia, la ansiedad y la preocupación, y contemplar sus propias perspectivas y sendas de futuro. En cambio, cuanto más se encuentren en momentos como estos y en situaciones y contextos tan especiales, y cuanto más se vean en dificultades tan inmediatas, más deben buscar la verdad y perseguirla. Solo así los sermones que has oído en el pasado y las verdades que has comprendido no serán en vano y surtirán efecto. Cuanto más te encuentres en dificultades como estas, más deberás renunciar a tus propios deseos y someterte a las instrumentaciones de Dios. El propósito de Dios al establecer este tipo de situaciones y arreglar estas condiciones para ti no es que te sumas en las emociones de angustia, ansiedad y preocupación, y tampoco tiene como fin que pongas a prueba a Dios para ver si Él te va a curar cuando te sobrevenga la enfermedad, o bien para tantear la verdad del asunto. Dios establece para ti estas situaciones y condiciones especiales para que puedas aprender las lecciones prácticas en tales situaciones y condiciones, para lograr una entrada más profunda en la verdad y en la sumisión a Dios, y para que sepas con mayor claridad y precisión cómo Dios orquesta todas las personas, acontecimientos y cosas. Los destinos de los hombres están en manos de Dios y, tanto si pueden percibirlo como si no, tanto si son realmente conscientes de ello como si no, deben obedecer y no resistirse, no rechazar y, desde luego, no poner a prueba a Dios. En cualquier caso, puedes morir, y si te resistes, rechazas y pones a prueba a Dios, no hace falta decir cuál será tu final. Por el contrario, si en las mismas situaciones y condiciones eres capaz de buscar cómo debe un ser creado someterse a las instrumentaciones del Creador, buscar qué lecciones debes aprender, qué actitudes corruptas debes conocer en las situaciones que Dios te presenta, comprender Su voluntad en tales situaciones, y dar bien tu testimonio para satisfacer las exigencias de Dios, entonces esto es lo que debes hacer. Cuando Dios dispone que alguien contraiga una enfermedad, ya sea grave o leve, Su propósito al hacerlo no es que aprecies los pormenores de estar enfermo, el daño que la enfermedad te hace, las adversidades y dificultades que la enfermedad te causa, y todo el catálogo de sentimientos que te hace sentir; Su propósito no es que aprecies la enfermedad por el hecho de estar enfermo. Más bien, Su propósito es que aprendas lecciones a partir de la enfermedad, que aprendas a que te importe la voluntad de Dios, que conozcas las actitudes corruptas que revelas y las posturas erróneas que adoptas hacia Él cuando estás enfermo, y que aprendas a someterte a la soberanía y a los arreglos de Dios, para que puedas lograr la verdadera obediencia a Él y seas capaz de mantenerte firme en tu testimonio; esto es absolutamente clave. Dios desea salvarte y purificarte mediante la enfermedad. ¿Qué desea purificar en ti? Desea purificar todos tus deseos y exigencias extravagantes hacia Dios, e incluso los diversos planes, juicios y ardides que elaboras para sobrevivir y vivir a cualquier precio. Dios no te pide que hagas planes, no te pide que juzgues, y no te permite que tengas deseos extravagantes hacia Él; solo te pide que te sometas a Él y que, en tu práctica y experiencia de someterte, conozcas tu propia actitud hacia la enfermedad, y hacia estas condiciones corporales que Él te da, así como tus propios deseos personales. Cuando llegas a conocer estas cosas, puedes apreciar lo beneficioso que te resulta que Dios haya dispuesto las circunstancias de la enfermedad para ti o que te haya dado estas condiciones corporales; y puedes apreciar lo útiles que son para cambiar tu carácter, para que alcances la salvación y para tu entrada en la vida. Por eso, cuando la enfermedad te llama, no debes preguntarte siempre cómo escapar, huir de ella o rechazarla(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (3)). Entendí la voluntad de Dios tras leer Sus palabras. Cuando venga la enfermedad, no debería anclarme a la emoción negativa de la ansiedad, ni probar si Dios me va a curar. En cambio, debería aprender a someterme a los arreglos de Dios en el entorno que me prepare. Enfermar no implica que Dios me complique las cosas a propósito. Él quiere que busque la verdad y que entienda las lecciones que debo aprender. Al recordar mi enfermedad y el dolor físico que padecía, me preocupaba el camino que tenía por delante en el futuro, temía morir y ser incapaz de lograr la salvación. Me parecía que Dios había dispuesto esa situación para descartarme. Ese fue mi peor malentendido con Dios. Pero en realidad no era esa en absoluto Su voluntad. Dispuso esta situación para darme experiencia práctica de la enfermedad, para exponer mi corrupción y deficiencias internas, y mostrarme que aunque aseguraba creer en Dios, en mi corazón no creía que Él lo gobierna todo. También me permitió ver que cuando enfermaba, solo consideraba mi propia carne. Sabía que urgía que alguien ayudara en esa iglesia, y aun así renuncié a mi deber. Aunque luego acepté reticente, no pagué el precio de todo corazón. Cuando tuve covid y empeoró mi estado, discutí con Dios y me resistí a Él. Al final, abandoné mi deber y traicioné a Dios, causando pérdidas a la obra de la iglesia. Reparé en que en todo este tiempo como creyente, no tuve ni un ápice de temor a Dios, y que mi postura hacia el deber era muy casual. Al fin me di cuenta de que aunque estaba sana físicamente, sin resolver todas esas actitudes corruptas seguiría resistiéndome y traicionando a Dios, y no me ganaría Su aprobación. Dios permitió mi enfermedad para purificar las adulteraciones en mi fe y transformar mi carácter satánico. Pero nunca pensé en las sinceras intenciones de Dios. Siempre estaba inmersa en la ansiedad y la preocupación por mis enfermedades, y me resistía a que Dios dispusiera esta situación, pensaba siempre en mis propios planes y arreglos. Pensé incluso que Dios quería descartarme. Era realmente rebelde, y carecía de humanidad y razón. No podía seguir abordando mi enfermedad con esa clase de actitud. Tenía que corregir mi postura, reflexionar y reconocer mis actitudes corruptas y buscar la verdad durante esas enfermedades. Eso era lo que debía haber hecho.

Luego reflexioné sobre mí misma. ¿Cuál era la raíz de mi constante ansiedad tras caer enferma? Leí esto en las palabras de Dios: “Muchos creen en Mí solo para que pueda sanarlos. Muchos creen en Mí solo para que use Mis poderes para expulsar espíritus inmundos de sus cuerpos, y muchos creen en Mí simplemente para poder recibir de Mí paz y gozo. […] Cuando le di al hombre el sufrimiento del infierno y recuperé las bendiciones del cielo, la vergüenza del hombre se convirtió en ira. Cuando el hombre me pidió que lo sanara, Yo no le presté atención y sentí aborrecimiento hacia él; el hombre se alejó de Mí para en su lugar buscar el camino de la medicina maligna y la hechicería. Cuando le quité al hombre todo lo que me había exigido, todos desaparecieron sin dejar rastro. Así, digo que el hombre tiene fe en Mí porque doy demasiada gracia y tiene demasiado que ganar(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Qué sabes de la fe?). Dios puso en evidencia mi estado. ¿No era mi punto de vista sobre la fe exactamente lo que Él describía? Solo tenía fe por las bendiciones, y trataba de negociar con Dios. Cuando no tenía problemas graves de salud en mis deberes, pensaba que había obtenido el cuidado y protección de Dios, y podría salvarme, así que estaba dispuesta a sufrir y pagar un precio por mi deber. Cuando enfermé y vi que no se aliviaban los síntomas, no pude lanzarme a mi deber, y tampoco me volqué en la obra evangélica. Solo pensaba en mi futuro y destino. Me preocupaba si iba a morir o podía ser bendecida. Cuando enfermé de gravedad con Covid y pasé dos semanas mal, me quejé de que Dios no me protegía, y no quise siquiera seguir cumpliendo con mi deber. Al notar que perdía las esperanzas de bendiciones, se dejó ver mi auténtica naturaleza. Le di la espalda a Dios, abandoné mi deber y le traicioné. Me opuse por completo a Dios, me rebelé y me resistí a Él. Discutir con Dios, ser negativa y reticente… ¿dónde estaba mi sentido de la humanidad y la razón? Al pensarlo, le estuve muy agradecida a Dios por propiciarme esta situación. Aunque sufrí un poco en la carne, gané algo de entendimiento sobre las adulteraciones en mi fe y mi carácter satánico de oponerme a Dios. Sentí en mi corazón que todo lo que Él me hace es para la salvación, que es todo amor.

Leí luego más palabras de Dios y entendí mejor el asunto de la muerte. Las palabras de Dios dicen: “Tanto si te enfrentas a una enfermedad grave como a una leve, en el momento en que esta empeore o te enfrentes a la muerte, recuerda una cosa: no temas a la muerte. Aunque estés en la fase final de un cáncer, aunque la tasa de mortalidad de tu enfermedad sea muy alta, no temas a la muerte. Por grande que sea tu sufrimiento, si temes a la muerte, no te someterás. […] Si tu enfermedad se vuelve tan grave que puedes morir, y la tasa de mortalidad que tiene es alta, sin que importe la edad de la persona que la contrae, y además el tiempo desde que se contrae hasta la muerte es muy corto, ¿qué debes pensar en tus adentros? ‘No debo temer a la muerte, al final todo el mundo muere. Sin embargo, someterse a Dios es algo que la mayoría de la gente no es capaz de hacer, y puedo utilizar esta enfermedad para practicar la sumisión a Dios. Debo tener el pensamiento y la actitud de someterme a las instrumentaciones y arreglos de Dios, y no debo temer a la muerte’. Morir es fácil, mucho más que vivir. Puedes estar sufriendo un dolor extremo y no ser consciente de ello, y en cuanto tus ojos se cierren, tu respiración cesará, tu alma abandonará el cuerpo y tu vida terminará. Así es la muerte, así de simple. No temer a la muerte es una actitud que hay que adoptar. Además de esto, no debes preocuparte por si tu enfermedad va a empeorar o no, ni por si morirás si no tienes cura, ni por cuánto tiempo pasará hasta que mueras, ni por el dolor que sentirás cuando llegue el momento de morir. Nada de eso debe preocuparte; no son cosas por las que debas preocuparte. Esto es porque el momento debe llegar, y lo hará algún año, algún mes y algún día concreto. No puedes esconderte de ello ni escapar: es tu destino. El denominado destino ha sido predestinado por Dios y Él ya lo ha dispuesto. Tu esperanza de vida y la edad y el momento en que mueres ya los ha fijado Dios, así que ¿de qué te preocupas? Te puedes preocupar por ello, pero eso no cambiará nada, no puedes evitar que ocurra, no puedes evitar que llegue ese día. Por consiguiente, tu preocupación es superflua, y lo único que consigue es hacer aún más pesada la carga de tu enfermedad(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (3)). Tras leer las palabras de Dios, me quedó claro que nuestra muerte la ordena Dios y de nada sirve preocuparse. Cuando experimentaba síntomas o me sentía incómoda, me preocupaba perder la vida si esos síntomas empeoraban. No entendía que el momento de la muerte de todos lo decidió Dios hace ya mucho tiempo, y que la causa no es la fatiga por nuestros deberes. Pensé en la juventud de mi tía, débil y enferma, siempre entrando y saliendo del hospital. Todos pensábamos que no duraría demasiado. La sorpresa es que ahora que es mayor, ha mejorado mucho su salud. Tiene más de 80 y aún puede cuidar de sí misma. Pero su marido, que siempre estaba sano y apenas enfermaba, murió inesperadamente de un cáncer de hígado. Estos ejemplos reales me enseñaron que nuestra vida y muerte las rige y dispone Dios. Tuve bastantes enfermedades. Que empeore mi estado, que muera o no, no se resuelve con preocupación. Depende de lo que rija Dios. Que muramos no tiene nada que ver con que los deberes nos dejen exhaustos. Alguna gente no realiza su deber y cuida su salud, pero mueren igualmente. Era una creyente que no creía en el gobierno de Dios, vivía siempre ansiosa temiendo a la muerte. No tenía auténtica fe en Él. La verdad es que todo el mundo muere. Es una ley de la naturaleza. La muerte no es algo a temer. Dios ordena nuestra vida y nuestra muerte, y debo someterme a lo que Él disponga. Da igual cuando me sobrevenga la muerte, la afrontaré con calma. Tengo que dedicarme a mi deber y darlo todo, y esforzarme por no tener remordimientos cuando muera, que es la única manera de estar satisfecha y en paz. Si vivo siempre en una emoción negativa de ansiedad, hago siempre planes para mi carne, sin poner todo mi empeño en el deber, me quedaré con culpa y remordimientos, frenaré el trabajo de la iglesia, y por buena que sea mi salud, mi vida no tendrá sentido y es inevitable que Dios me acabe castigando. En cuanto entendí todo eso, me sentí mucho más libre.

Luego, leí un pasaje de las palabras de Dios que me tocó mucho. Dios Todopoderoso dice: “¿Qué valor tiene la vida de una persona? ¿Sirve meramente para disfrutar de placeres carnales como comer, beber y divertirse? (No es así). Entonces, ¿qué valor tiene? Compartid vuestros pensamientos. (Para cumplir con el deber de un ser creado, esto es al menos lo que una persona debe lograr en su vida). Así es. […] Durante tu vida, debes cumplir tu misión; esto es lo más importante. No hablamos de completar una gran misión, deber o responsabilidad; pero como mínimo, debes cumplir con algo. Por ejemplo, en la iglesia algunas personas ponen todo su empeño en la labor de difundir el evangelio, empleando la energía de toda su vida, pagando un precio enorme y ganando a mucha gente. Por eso, sienten que la vida no ha sido en vano y que tienen valor y consuelo. Cuando se enfrentan a la enfermedad o a la muerte, cuando hacen balance de toda su vida y recuerdan todo lo que han hecho, la senda que han recorrido, hallan consuelo en el corazón. No experimentan acusaciones ni remordimientos. Algunas personas no escatiman esfuerzos cuando son líderes en la iglesia o son responsables de un determinado aspecto del trabajo. Desatan su máximo potencial, empleando todas sus fuerzas, gastando toda su energía y pagando el precio del trabajo que realizan. Mediante su riego, liderazgo, asistencia y apoyo, ayudan a muchos sumidos en sus propias debilidades y negatividad a hacerse fuertes y mantenerse firmes, a no retraerse, sino a volver en su lugar a la presencia de Dios e incluso a dar finalmente testimonio de Él. Además, durante el periodo de su liderazgo, llevan a cabo muchas tareas significativas, eliminando a no pocos malvados, protegiendo a muchos de los escogidos de Dios y recuperando varias pérdidas importantes. Todos estos logros tienen lugar durante su liderazgo. Al volver la vista atrás hacia la senda que recorrieron, recordando el trabajo que hicieron y el precio que pagaron a lo largo de los años, no sienten remordimientos ni acusaciones. Creen que no hicieron nada merecedor de sentir arrepentimiento, y viven con una sensación de valor, firmeza y consuelo en el corazón. Eso es una maravilla. ¿Acaso no es ese el resultado? (Sí). Este sentido de estabilidad y consuelo, esta falta de remordimientos, son el resultado y la recompensa por su búsqueda de cosas positivas y de la verdad. No pongamos un estándar muy alto a las personas. Consideremos una situación en la que alguien se enfrenta a una tarea que debe o quiere hacer en la vida. Tras encontrar su lugar, se mantiene con firmeza en su puesto, lo hace esforzándose mucho, pagando el precio, y dedicando toda su energía a cumplir y terminar aquello en lo que debe trabajar y ha de completar. Cuando se presenta finalmente ante Dios para rendir cuentas, se siente relativamente satisfecho, no alberga acusaciones ni remordimientos en el corazón. Tiene una sensación de consuelo y de recompensa, de que ha vivido una vida valiosa. ¿No es este un objetivo significativo? Decidme, con independencia de su escala, ¿es práctico? (Es práctico). ¿Es específico? Es lo bastante específico, práctico y realista. Entonces, para vivir una vida valiosa y, en última instancia, alcanzar este tipo de recompensa, ¿crees que vale la pena que el cuerpo físico de una persona sufra un poco y pague un pequeño precio, incluso si experimenta agotamiento y enfermedad física? (Merece la pena). Cuando una persona viene a este mundo, no es solo para disfrutar de la carne, ni solo para comer, beber y divertirse. No se debe vivir solo para tales cosas, ese no es el valor de la vida humana ni la senda correcta. El valor de la vida humana y la senda correcta a seguir implican lograr algo valioso y completar uno o varios trabajos de valor. A esto no se le llama carrera, sino que recibe el nombre de senda correcta; también se la denomina la tarea adecuada. Dime, ¿vale la pena pagar el precio con el fin de completar algún trabajo valioso, tener una vida significativa y valiosa, y buscar y alcanzar la verdad? Si realmente deseas buscar y entender la verdad, emprender la senda correcta en la vida, cumplir bien con tu deber y tener una vida valiosa y significativa, entonces no debes dudar en emplear toda tu energía, pagar el precio y entregar todo tu tiempo y el alcance de tus días. Si durante este periodo sufres alguna enfermedad, no tendrá importancia, no te aplastará. ¿Acaso no es esto muy superior a toda una vida de bienestar y ociosidad, nutriendo el cuerpo físico hasta el punto en el que esté bien alimentado y sano, y logrando en última instancia la longevidad? (Sí). ¿Cuál de estas dos opciones es más propicia para una vida valiosa? ¿Cuál de las dos puede aportar consuelo y ningún remordimiento a las personas cuando al final se enfrenten a la muerte? (Vivir una vida con sentido). Vivir una vida con sentido significa experimentar resultados y consuelo en el corazón. ¿Qué pasa con los que están bien alimentados y mantienen una tez sonrosada hasta la muerte? No buscan una vida con sentido, así que ¿cómo se sienten cuando mueren? (Como si hubieran vivido en vano). Estas tres palabras son incisivas: vivir en vano. ¿Qué significa ‘vivir en vano’? (Desperdiciar la vida). Vivir en vano, desperdiciar la vida: ¿en qué se basan estas dos frases? (Al final de sus vidas descubren que no han obtenido nada). ¿Qué debería obtener una persona entonces? (Debería obtener la verdad o lograr cosas valiosas y significativas en esta vida. Debe cumplir con su deber como ser creado. Si no logra hacer todo eso y solo vive para su cuerpo físico, sentirá que vivió en vano y desperdició su vida)” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (6)). Al leer esto en las palabras de Dios, entendí el significado de la vida humana. Pensé que ahora tengo la ocasión de realizar el deber de un ser creado, y que eso es lo más justo. Los incrédulos buscan comida, bebida y placer, y aunque tienen los placeres de la carne y no sufren mucho, cuando les llega la muerte, no tienen ni idea de para qué viven la vida las personas. Es una vida vivida en vano. Durante mi vida, Dios me puede elevar para que sea líder en el deber, así que debo darlo todo y responsabilizarme de los proyectos de la iglesia como requiere lo alto, llevar a los hermanos a buscar la verdad y a realizar sus deberes conforme a los principios y cumplir mi parte para expandir el evangelio del reino; eso es muy significativo. Pero si la gente solo vive para la carne, malgasta sus días y todo carece por completo de sentido. Es igual que cuando renuncié a mi deber y volví a casa para no caer desplomada, si bien estaba en casa y no estaba sufriendo físicamente y no tenía que preocuparme tanto por el trabajo de la iglesia, no estaba asumiendo las responsabilidades que debía y me sentía vacía por dentro. Además rebosaba de culpa y carecía de paz y alegría reales. Me di cuenta de que vivir para la carne no tenía ningún sentido, era una vida vacía por mucho que cuidara mi salud. Aunque estaba un poco cansada y sufría un poco realizando mi deber, podía obtener la verdad y sentir paz y calma. Eso es lo único significativo. Mediante esto también obtuve experiencia personal de que realizar el deber de un ser creado es la única manera de llevar una vida plena y significativa, y de tener verdadera paz y alegría en el corazón. Atesorar la carne solo lleva a una vida vacía, y arruina la ocasión de buscar la verdad y salvarse. Una vez que entendí esto, recobré la motivación para realizar mi deber. No lograba nada en la obra evangélica, así que necesitaba obtener una comprensión práctica de la situación, buscar los principios para resolver los problemas, hacerlo lo mejor que pudiera, esforzarme por mejorar los resultados de la obra. De ese modo no tendría vergüenza ni remordimientos por cómo cumplía con mi deber. Cuando participaba en la obra evangélica y me topaba con dificultades, a veces me preocupaba agotarme o empeorar por resolver los problemas, pero sentía que no podía seguir viviendo en un estado de ansiedad. Así que le oré a Dios: “Oh, Dios, empeore o no mi enfermedad, no me quiero seguir rebelando contra Ti como antes. Que viva o muera está por entero en Tus manos, y quiero someterme a Tus instrumentaciones y arreglos”. Tras orar, no estaba tan preocupada. Comuniqué con algunos hermanos y hermanas para resolver los problemas en la obra evangélica. Todos buscaron juntos los principios, discutieron opciones y encontramos una senda para nuestros deberes. Hubo progresos en la obra evangélica, y tuvimos más claros algunos principios.

En marzo de 2023, hubo elecciones a líderes superiores de la iglesia, y al final resulté elegida. Sabía que la carga en este deber era mayor y pensaba aún en mi salud, pero no quería prestar más atención a la carne. Quería atesorar bien la oportunidad de este deber. Después, ajustaba las necesidades de mi salud a los deberes que desempeñaba, descansando un poco cuando no me sentía bien y sacando tiempo para hacer ejercicio. Al realizar mi deber de ese modo, no me cansaba tanto y la enfermedad no me frenaba. Con el tiempo se me dejó de adormecer la cabeza. Ahora creo que debo atesorar el tiempo que me queda y que lo más importante es cómo realizar bien mi deber. Le estoy agradecida a Dios por disponer esa situación para que pudiera aprender una lección. Ya no estoy siempre tan preocupada de enfermar.

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